Que vayan los ricos: la semana que Barcelona declaró la guerra a la guerra

Entre el 26 de julio al 1 de agosto de 1909, el pueblo de Barcelona se levantó en guerra contra la guerra. Es la Semana Trágica, también conocida como La Gloriosa.

Semana trágica
Incendios en Barcelona durante la Semana Trágica de 1909 hecha por Enrique Castellá.

Eduardo Pérez10 OCT 2017 09:19

El rey Alfonso XIII y el presidente del Gobierno, Antonio Maura, andan preocupados este 18 de julio de 1909. El embarque de un batallón en el vapor militar Cataluña en el puerto de Barcelona no ha resultado tan pomposo y patriótico como seguramente esperaban. El ataque de la guerrilla rifeña, nueve días antes, contra la construcción del ferrocarril a pocos kilómetros de Melilla, fue una oportunidad de oro para una maniobra clásica del poder: la unión interna contra el enemigo externo.

No hay mal que por bien no venga, pero el ataque guerrillero, causante de la muerte de cuatro trabajadores, era previsible. Las cabilas (tribus) del norte de África habían depuesto poco antes a su sultán precisamente por permitir a los invasores explotar sus riquezas, y habían advertido de represalias. Pero la monarquía española no estaba para reparar en detalles. Las empresas mineras francoespañolas con concesiones en la zona chantajearon con reclamar ayuda al Ejército francés, y Alfonso XIII no quería arriesgar su trozo de África sólo nueve años después de la pérdida de Cuba y el resto de colonias de ultramar.

Sin embargo, la propaganda bélica tiene escaso éxito para un régimen en crisis como el español. El decreto del día 10 multiplica las críticas. La orden de movilización incluye a los cupos de reserva de 1903 y 1907. Pero no todos deben ir a jugarse la vida. Se acepta que pagues a otra persona para que te sustituya, y también puedes abonar un canon de 6.000 reales para librarte. Una cantidad inalcanzable para cualquier trabajador. Sólo los pobres son obligados a combatir.

Barcelona queda paralizada entre la huelga y la declaración de estado de guerra, con amenazas militares de disparar a cualquier persona que circule por la calleAunque en lugares como Cádiz o Málaga se vive el fervor imperial en la despedida de las tropas, hay problemas en Madrid, Zaragoza o Tudela. Es lo que ocurre con mayor intensidad en Barcelona este 18 de julio. Hay soldados que tiran al agua los escapularios que les han dado unas mujeres aristócratas, y en vez de fervor militar, la multitud en el muelle muestra otra actitud. Los gritos son: “¡O todos o ninguno!”, “¡Que vayan los ricos!”, “¡Abajo la guerra!”. La cosa acaba en disparos al aire y detenciones.

Guerra a la guerra

A la maniobra bélica le ha salido el tiro por la culata. A las cabilas rifeñas se ha sumado un nuevo frente para el régimen, que no es otro que la clase obrera barcelonesa, reorganizada en Solidaridad Obrera. Esta organización, con 15.000 afiliados, ha nacido como intento de levantar a los sindicatos de oficios barceloneses tras la debacle de la huelga de 1902, y en su seno conviven todas las tendencias políticas de la izquierda obrera (socialdemócratas, revolucionarios, republicanos, cooperativistas).

El comité de huelga de Solidaridad Obrera se reúne clandestinamente tras la prohibición de reunirse dictada por el gobernador civil. La disyuntiva es sumarse a la convocatoria de huelga española de la UGT para el 2 de agosto (que nunca llegará a celebrarse y que respetaba los plazos impuestos por la reciente Ley de Huelga) o aprovechar el momento. Pese a que Antoni Fabra i Ribas, su máximo representante y miembro del PSOE, defendía postergarla, la decisión fue una convocatoria propia para el 26 de julio. Solidaridad Obrera no asumía públicamente la convocatoria para intentar, sin éxito, evitar posteriores problemas a las entidades que agrupaba.

La provincia entra en rebelión general. Barcelona queda totalmente paralizada entre la propia huelga y la declaración de estado de guerra, con amenazas militares de disparar a cualquier persona que circule por la calle o se asome a un balcón. No hay tranvía, ni luz, ni gas, ni prensa, ni transporte o comunicación alguna con el exterior. Entre 20.000 y 30.000 rebeldes plagan la ciudad de barricadas, pero la rebelión abarca otras localidades como Granollers, Sabadell o Mataró, donde se proclama la República. Esa línea intentará seguir el Comité de Huelga. Fabra i Ribas dedica toda la semana a intentar buscar entre los partidos lerrouxistas, nacionalistas y republicanos a alguien con el suficiente prestigio como para asumir la revuelta y encauzarla hacia un resultado satisfactorio. Todos se negarán.

El día 1 de agosto, gracias a la intervención de unas tropas militares convencidas por sus jefes de que se trata de un movimiento separatista, vuelve el orden impuesto desde arriba. El balance es de 117 muertos, casi la mitad de los edificios religiosos quemados y cinco cabezas de turco que serán ejecutados. Cuatro de ello son: un nacionalista republicano, un republicano lerrouxista, un guardia de seguridad que se sumó a la rebelión y un discapacitado que bailó con el cadáver de una monja (debido al anticlericalismo imperante, la profanación de tumbas de religiosos solía darse en los momentos de desgobierno). El quinto, Francisco Ferrer Guardia, pedagogo anarquista, castigado como “instigador” aunque no participó en los hechos. Su proceso generará una nueva grave crisis internacional para el régimen.

El Gobierno de Maura caerá poco después, y se instaurará el servicio militar obligatorio, para todos por igual al margen de la capacidad económica. Los meses siguientes serán difíciles para Solidaridad Obrera, con sus cuadros exiliados o encarcelados y la pérdida de dos terceras partes de su afiliación, pero ya en 1910 resurgirá con más fuerza y con un proyecto en todo el país. Enfrente tendrá a una burguesía y una monarquía cada vez más conscientes de que la clase trabajadora ya no es la misma de antes. Es la lección de la “Semana Trágica”, para unos, o “Gloriosa”, para otros, esos siete días en los que una ciudad declaró la guerra a la guerra.

fuente : https://www.elsaltodiario.com/contigo-empezo-todo/semana-tragica-barcelona-contra-los-ricos

Miguel Ángel Rosales: “España, con Portugal, es la que inicia la trata de esclavos”

El documental Gurumbé, canciones de tu memoria negra muestra a Sevilla como uno de los primeros destinos de los esclavos negros raptados en África y la influencia que esta población tuvo en la cultura andaluza.

 

Gurumbé 2

 

 
21 AGO 2016 15:58

Desde el siglo XV, personas negras raptadas en África fueron sometidas a la esclavitud. El largo episodio de la esclavitud negra en América es de sobra conocido y documentado, sin embargo, no es tan conocido que fue Andalucía uno de los primeros sitios a donde fueron llevadas muchas de estas personas. El documental Gurumbé, canciones de tu memoria negra, dirigido por el antropólogo y cineasta jerezano Miguel Ángel Rosales y producida por Intermedia, documenta el paso de la población esclava negra por Andalucía y su influencia en la cultura. Hablamos con Miguel Ángel Rosales.

Suena raro relacionar la esclavitud negra con Andalucía y, sin embargo, los primeros negros que fueron raptados de África para ser utilizados como esclavos sirvieron en Sevilla, ya desde el siglo XV. ¿Por qué esta amnesia?
Hay varias cuestiones. Parece que todo el tema de la trata comienza en un momento concreto, A finales de siglo XV. Ya antes había habido esclavos en Europa, pero no de esta manera tan sistemática, como un valor de mercancía y con unos volúmenes tan tremendos. Lo que también cambia es el área geográfica de esos esclavos: antes había muchos africanos, pero también eslavos, prisioneros de guerra. Fueron los portugueses los que comienzan y los españoles fueron rápidamente a la zaga, desembarcando esclavos en el puerto de Sevilla. La historia no es sólo que fuera anterior a la trata atlántica, sino que todo el negocio se estaba haciendo desde territorio ibérico. Parte de ellos se llevaron a América, pero muchos se quedaron. No estamos hablando sólo de que fue debido a la gran demanda americana de mano de obra, sino que fue primero la demanda en Andalucía, y después en el resto de España. Sevilla se convirtió en un gran puerto esclavista, y después también Barcelona o Cádiz.

Sevilla, con la importancia que tomó con el comercio con las colonias americanas, se convirtió en una gran metrópoli. Comenzó a haber diferencia con la trata de plantación, aquí había cierta interacción con la población esclava, lo que no quita que se le diera un trato cruel y vejatorio. Hubo también muchos matrimonios mixtos, y de ahí se derivó una importancia cultural muy fuerte y se terminó formando una población afroandaluza. Ahora ya es marginal, pero hay algunas figuras afroandaluzas que llegaron a ser importantes.

Gurumbé 1
Fotograma del documental ‘Gurumbè, canciones de tu memoria negra’.

En tu documental te centras en la influencia que la población esclava traída de África tuvo en la cultura andaluza.
Toda esta investigación está ahora surgiendo. La esclavitud en España se ha estudiado desde los 50, pero con unos estereotipos, viendo a la esclavitud como un objeto de ostentación o de lujo. Después se desmontó esa teoría y se comenzó a estudiar la interacción cultural. En Sevilla en el siglo XVI y XVII podía haber entre un 10 y 15% de población negra y mestiza, eso tuvo que tener una influencia fortísima. Donde se puede ver bastante a nivel de archivo es en el tema de las cofradías. Muchas de las primeras cofradías religiosas estaban formadas por negros esclavos. Hay arzobispos que forman estas hermandades y el esclavo las toma porque le permitía una visibilidad social y un lugar de reunión donde hacer comunidad, siendo una población totalmente marginada e invisibilizada. Comienzan a tener influencia en la música, Igual que muchos pueblos de África que tienen en la música y danza sus grandes expresiones artísticas, aquí, todos los principales bailes que surgen en la Península Ibérica vienen de los esclavos negros, como el cumbé [baile del preflamenco]. Se ve una relación con las colonias americanas y a formarse un sincretismo musical. Cuando nace el flamenco ya en el siglo XIX, arrastrando mucho de esto, haciendo síntesis de la música popular y creando casi la primera música moderna de europa, lo hace con esos elementos, con un factor africano importantísimo.Por otra parte, en Sevilla hay actualmente una hermandad que se llama Los Negritos, y no mucha gente sabe que se llama así porque fue una hermandad de negros, y es la hermandad más antigua de Sevilla. Llegó un momento en el que se formó una lucha política y de grupos étnicos alrededor de las hermandades, y las cases altas lograron arrebatar ese sitio principal que tenían las hermandades de esclavos. y muchas de ellas desaparecieron. Había hermandades de esclavos en todos los sitios donde había población negra, como Cádiz o Jerez.

¿Cómo ha sido trabajar en este documental? ¿de qué fuentes te has servido?
Yo he hecho la parte documentalista, he tirado de información de Arturo Morgado, Isidoro Moreno entre otros. Investigadores que ya llevan tiempo con este tipo de temas y dándole también otro enfoque más moderno que el que había en los años 50. Me he dedicado a reunir informaciones. A parte de que el tema me parecía fascinante, me sorprendía que no tuviera una repercusión más importante, que no hubiera nada a nivel divulgativo sobre esto. En España siempre se ha querido borrar todo lo relacionado con el genocidio y su papel en la trata de esclavos. España, con Portugal, es la que inicia la trata de esclavos, da el pistoletazo de salida y los holandeses e ingleses copiaron el modelo. Y aunque la esclavitud llega hasta el siglo XIX, España fue el último país en abolirla y hunde sus raíces hasta los años 60 con el franquismo, cuando se independizó Guinea Ecuatorial. Lo que es interesante del tema de la esclavitud, no como hecho histórico, es que creó un sistema productivo que llegó hasta donde justo se pudo porque la comunidad internacional tiraba de las orejas a España para que lo abandonara, y ha producido también toda una serie de estereotipos sobre el africano que aún hoy sigue viva y se proyecta sobre el fenómeno de la inmigración.

fuente

https://www.elsaltodiario.com/hemeroteca-diagonal/miguel-angel-rosales-espana-portugal-inicia-trata-esclavos-documental-gurumbe?rate=QR2WMfVUYfTtk3DaI7RMPbdCcqahY80c4vLDlb4CEbY

Pacto sellado con sangre

Trago saliva cuando los gobiernos, en vez de luchar contra los grupos criminales fuertes y poderosos, ven mafias en una masa de gente que corre con la consigna de sálvese quien pueda. Hoy solo me queda pediros que sigamos trabajando por políticas de verdad, justicia, reparación y no repetición en la frontera

Imagen en el que agentes marroquíes devuelven a Marruecos desde la zona de entre vallas a migrantes.
26 de junio de 2022 22:13h
Actualizado el 27/06/2022 09:05h

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La masacre de Melilla ha llevado la frontera a los medios, a las redes, a los debates políticos. Pasa de vez en cuando, que se hace más visible la violencia y las víctimas aparecen, como si fuese de repente o como si no pasara cada día que la frontera mata, violenta y destroza la vida. Me pregunto: ¿Para qué servirán estas imágenes que han circulado durante estos dos días? ¿Quién las grabó ahí, dentro, en el fragor de esa batalla? ¿Quién ha filtrado tantos vídeos y por qué? ¿Por qué querían que las viésemos?

¿Servirán esas imágenes para iniciar una investigación sobre los hechos y hacer justicia?

 

¿Se usarán para identificar a las víctimas, informar a las familias y enterrarlas con dignidad?

¿Y si solo sirven para hablar de mafias y sellar un pacto terrorífico de control migratorio? 

Cuando éramos chicas nos hacíamos hermanas de sangre pinchándonos con una aguja, nos parecía así que la amistad duraría para siempre. Pero claro, los gobiernos y sus intereses son otra cosa, y en los últimos tiempos los pactos fronterizos se rubrican con la sangre de los “otras, otros, otres”. Y en estos pensamientos me retuerzo cuando suena el teléfono. El prefijo es de Camerún, descuelgo y al otro lado me saluda una voz que reconozco inmediatamente. Es Bikai, el papá de Luc, una de las víctimas de Tarajal. “¿Cómo estás Helena?, ¿todo bien?, ¿la familia? Lo vi ayer en las noticias”. Se queda un momento en silencio. Sé que se refiere a la tragedia de Melilla. “He visto las imágenes, otra vez una desgracia… y de lo nuestro nada al final, no hay forma de encontrar justificación”. Se me hiela la sangre y aguanto para no llorar, Bikai siempre me ha producido una especial ternura.

Lo que ha visto en la frontera de Melilla le ha dolido en lo más profundo de su alma porque de alguna manera ha revivido la muerte de su hijo. “¿Ya se sabe quiénes son? ¿Las familias lo saben?”, pregunta. Conoce muy bien lo importante que es identificar un cadáver, lo urgente de informar a las familias y lo necesario que es enterrar a las víctimas con dignidad. Terminamos la conversación, me dice que el domingo rezará por las almas de estos jóvenes, como lo hace cada día por la de su hijo. No solo él está inquieto. Las imágenes de la tragedia de Melilla se han difundido por muchos países africanos y están teniendo un impacto terrible entre las comunidades migrantes que viven en Marruecos.

El miedo siempre está presente en la diáspora migratoria, pero en los últimos meses se ha convertido en irrespirable. Desde el nuevo acuerdo entre España y Marruecos, las redadas, detenciones arbitrarias, identificaciones raciales, y otras medidas represivas contra la población migrante se han multiplicado y extendido en la cotidianidad que impide el más mínimo atisbo de vida. 

En Tánger, artistas africanos han sido detenidos y desplazados al sur cuando iban a comprar el pan, y a pesar de tener una tarjeta de residencia. En Laayoune, las mujeres denuncian haber sido desnudadas en las calles tras ser detenidas en sus casas para escarnio público, antes de ser deportadas en autobuses al desierto. En Agadir han sacado a las familias en medio del sueño de sus camas después de que los militares rompiesen las puertas para violar sus domicilios. En Tarfaya han atacado a los supervivientes de una patera, que llegó a costa después de haber perdido a seis personas a bordo, con una jauría de perros azuzada por la gendarmería. En Nador, la última semana ha sido especialmente terrible. El cerco a los asentamientos de los bosques, las maniobras de corte de acceso al agua potable y los suministros, y las redadas violentas donde las fuerzas de seguridad se acompañaban de grupos criminales para completar la faena, pronosticaban lo peor. Los muchachos estaban al límite de sus fuerzas físicas y mentales.

Presionarles hasta reventarles, obligarles a una huida hacia delante. ¿Con qué propósito? ¿Tal vez España pide pruebas de que se está haciendo el trabajo? ¿Puede ser esta una forma de rubricar el acuerdo frente a los movimientos que ha habido con Argelia?

Suena de nuevo el teléfono, que en estos dos días no para. “¿Helena? ¿Cómo estás? Dios mío, qué terrible, ¿has escuchado a Sánchez? Es como en 2005… otra vez”, me dice una compañera. Para las que llevamos tantos años en la frontera esa fecha supone un antes y un después, porque desde entonces los gobiernos no han tenido límites para escalar en violencia contra las personas migrantes.

El presidente ha rememorado aquellos días copiando el discurso de la gratitud del entonces ministro de exteriores, Moratinos. Además, Sánchez ha añadido el argumento de las mafias secundando el discurso del RNI, partido político que gobierna en Marruecos, mostrando así la sintonía política que les une. 

Llevo muchos años investigando sobre trata de seres humanos y trago saliva cuando los gobiernos, en vez de luchar contra los grupos criminales fuertes y poderosos, ven mafias en una masa de gente que corre con la consigna de sálvese quien pueda, pero eso daría para otro artículo. Hoy solo me queda pediros encarecidamente que sigamos trabajando y luchando por políticas de verdad, justicia, reparación y no repetición en la frontera. 

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El Diario.es

Quinquis, lavanderas y ecologistas: identidades subversivas en torno al Manzanares a su paso por Madriz

 

Pese a ser capital, Madrid es también territorio. Y el Manzanares, como elemento vertebrador del espacio físico, imprescindible para entender la historia de la ciudad y de sus movimientos sociales.
 
Lavanderas Manzanares
Baldomer Gili Roig. Las lavanderas del rio Manzanares (Madrid) ,c. 1915
 
Ecologistas en Acción
20 MAY 2022 08:30

El cine quinqui, las profesiones feminizadas de finales del s. XIX y la lucha ecologista madrileña tienen en común el mismo escenario poco explotado por el imaginario chulapo: el río Manzanares. Un ecosistema que se encuentra actualmente en un momento de esplendor tras más de cien años de penurias y decadencias varias,  gracias a la lucha del movimiento ecologista. Pero, ¿quién hacía del río parte de su identidad, antes de que llegaran las ecolos a renaturalizarlo?

Un manto blanco formado por un collage de ropa tendida al sol inundaba la orilla del Manzanares. Las lavanderas eran las encargadas de este trabajo de cuidados casi esclavo, que en muchas ocasiones acababa con la salud y la vida de estas mujeres. A cuatro patas, con las rodillas hincadas  en el lecho del río, eran consideradas, por si fuera poco, indecorosas. La posición que tomaban sus cuerpos a la hora de frotar las prendas con el agua llevó a la creación de lavaderos cerrados, para preservar la moral de aquellos que las miraban trabajar.

Las lavanderas eran mujeres trabajadoras organizadas, las Kellys del XIX, como las denomina Victoria Gallardo Romera, autora de “Fuimos indómitas”. Coetáneas de otros movimientos de mujeres de oficios feminizados. Compañeras de las verduleras, de las cigarreras de la Tabacalera, de las aguadoras… Todas ellas consideradas mujeres indecentes, malhabladas, reticentes a acatar las normas y los abusos de poder. A las pruebas me remito: los cambios en el reglamento del Lavadero de Paseo Imperial en 1892, que las forzaban a pagar más tributos por realizar un trabajo de por sí precarizado, las llevaron a amotinarse. Lucharon por un trabajo digno en torno a un río sucio y contaminado por los desechos de la urbe.

Silenciadas  y desterradas a lavar todo lo inmundo en la periferia que marca el Manzanares. Una línea azul que separa el centro de todo lo demás. Una lavandera dio a luz a un niño llamado  Pablo Iglesias,  que luego fundó el PSOE; otra parió a Arturo Barea, el autor de La forja de un rebelde. Todas y cada una de ellas desaparecieron de manera fulminante cuando su actividad se detuvo en 1926, al canalizarse el río Manzanares e implementarse el agua corriente en las casas particulares.

Poco después de la canalización el río sufrió una Guerra Civil en la que sirvió de barrera física para el Madrid que resistía. Las trincheras a ambos lados del río eran enclaves vitales para la resistencia republicana. No fue suficiente. El fascismo atravesó el río y bombardeó sus puentes. Ya durante el franquismo aparecieron los primeros poblados de absorción de migrantes extremeños, andaluces y gallegos donde nacería el imaginario quinqui. Los poblados de absorción trasladaron a la población migrante rural, previamente asentada en espacios de auto-construcción, a edificios levantados de forma “ordenada, rápida, y barata” por el régimen.

Estos espacios, en principio provisionales, dieron paso a los “poblados dirigidos”, una iniciativa urbanística del Plan Nacional de la vivienda de los años 50. La ribera del Manzanares se llenó de edificios con el yugo y las flechas falangistas en sus fachadas, un sello inconfundible que muchas vecinas de la capital reconocerán en sus propios portales. Los barrios de San Fermín o Zofío, en Usera, colindantes con el río Manzanares, fueron ejemplos de este urbanismo de control y contención social, una estrategia franquista para convertir  a los proletarios en propietarios, ladrillo mediante.

En la orilla sur del, por aquel entonces, no-renaturalizado río Manzanares, se abrieron paso las bandas hijas del éxodo rural, la precariedad y la represión. En “Todo el odio que tenía dentro” de Servando Rocha, se describe a la perfección cómo era la vida en las orillas de los desposeídos.  Muchos jóvenes, a principios de los años sesenta, toman la calle, a través de disturbios y bailes inspirados por el estreno de West Side Story. Los Ojos Negros de Usera, se convierten en la banda más conocida, cuya intrahistoria está atravesada por el Manzanares.

El imaginario quinqui madrileño comienza a fraguarse en este espacio físico que se da alrededor del río (aunque no solo), inundado de poblados y barriadas donde cierta juventud sobrevive gracias a la delincuencia. Carabanchel, Usera o Villaverde son algunos ejemplos de distritos vinculados históricamente con el río  que fueron territorios de expulsión y segregación de las clases bajas, y por lo tanto cuna de lo quinqui.

“Se llamaba el Barrio de las Injurias. Allí aprendí todo lo que sé, lo bueno y lo malo. A rezar a Dios y a maldecirle. A odiar y a querer. A ver la vida cruda y desnuda, tal como es. Y a sentir el ansia infinita de subir y ayudar a subir a todos el escalón de más arriba. Yo sé lo que es ser el hijo de la lavandera; sé lo que es que le recuerden a uno la caridad.”* Lo que había sido las Injurias en el siglo XIX, hogar de lavanderas, estaba controlado en los años 50 por una banda de quinquis llamada Los Piratas, que sobre todo actuaban en la Calle Peñuelas. En esta calle, hoy, se encuentra el Ateneo la Maliciosa, sede de Ecologistas en Acción, Traficantes de sueños y la Fundación de los Comunes -los primeros, responsables de que la canalización del río que dejó sin trabajo a las lavanderas, pasara a la historia-.

La renaturalización del tramo urbano del Manzanares es una de las grandes victorias ecologistas en la ciudad de Madrid. Desde el año 2017 su agua vuelve a fluir libremente, lo que ha supuesto una auténtica explosión de vida y una transformación radical del río y de la ciudad que atraviesa. Me gusta pensar que las ecologistas de Madrid son nietas de aquellos migrantes labradores, mano de obra barata que atestó los dos lados del río. Vecinas de las bandas de los quinquis que bailaban, navaja en mano, las canciones de West Side Story. Y que las lavanderas son algo así como sus bisabuelas políticas. El río Manzanares, marco de una identidad biorregionalista aún por definir, delimita un territorio a defender y cuidar, junto a todos los barrios a los que riega.

*La forja de un rebelde. Arturo Barea

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El Salto Diario

Grande, Extraño y Amenazante

Cuando las fuerzas escasean es más necesario que nunca compartir proyectos, recursos y potencias para desplegar estrategias compartidas con las que dar respuesta a preguntas que van desde la supervivencia material a qué hacemos con la pena que no deja de abrirse paso en nuestros pechos.
 
octavia e. butler
La escritora Octavia e. Butler
 
 
21 JUN 2022 08:00

Vivo al sur del sur de Europa. La calima del pasado mes de marzo dejó el pueblo donde vivo cubierto de una capa rojiza. Sé que esto es irrelevante, que una gran parte del territorio se ha visto afectado por este fenómeno. Simplemente aquí es especialmente llamativo porque la mayoría de casas son blancas. No todas, también hay ladrillo visto, enfoscados de distintos tipos, algo de piedra, algún azulejo…, pero lo más habitual son las fachadas blancas.

La mañana siguiente a la primera gran descarga de aquella lluvia turbia salí a hacer recados y comprobé cómo en las calles los vecinos y vecinas se afanaban por limpiar sus puertas, paredes, ventanas y vehículos con mangueras y compresores. Con una absoluta precisión trazaban una geografía compuesta por fronteras que a fin de cuentas siempre han estado ahí. Delimitadas con líneas claras y precisas de barro y polvo retirados de las propiedades. Cada cual limpia lo suyo. A nadie se le ocurre avanzar unos centímetros en la propiedad ajena, tampoco en el espacio común. Nadie se ofrece a pegar un manguerazo a la bicicleta o el parabrisas del otro. Sentí desconcierto frente a un quehacer huraño y sordo mientras caminaba por una calzada donde desembocaban pequeños ríos de suciedad. Las aceras solo eran despejadas por el agua y las escobas frente a las puertas y cerramientos; las aceras no son la casa de nadie y aquí la gente acostumbra a desplazarse en coche.

Un orden social que queda tan claramente expuesto cuando cae sobre él una capa de polvo deja poco espacio para entender eso de que los problemas de salud mental no son algo individual (que es la pelea en la que ando metido desde hace media vida). Y otro tanto sucede con la necesidad de redistribuir la riqueza, la existencia de bienes comunes, la sanidad pública y universal o la ecología. Cuestiones todas ellas que han acabado sencillamente por quedar demasiado grandes. Pensar también puede provocar picor en la mirada y la garganta. ¿Qué es necesario para desbordar la acumulación de diminutos marcos de referencia que construyen lo real? ¿Cuántas pequeñas y grandes catástrofes hacen falta? ¿De qué tamaño o de qué naturaleza tiene que ser la amenaza?

La parábola del sembrador

Hace pocos días acabé La parábola del sembrador, una novela de Octavia Butler que me ha provocado indigestiones e insomnios. Allí la esperanza solo emerge una vez que capitalismo y democracia se desmoronan. La idea de tener que llegar a esos pasajes apocalípticos para descubrir la potencia de la cooperación despierta la ansiedad. Sí, es una novela de anticipación, pero quizás sea muchas otras cosas a la vez. Y por eso no te deja dormir.

La economía colapsa, las condiciones climáticas cada vez son más extremas, el agua escasea, el Estado apenas existe, la crisis energética se ha consumado y la violencia es la principal forma de relación humana. Morir es muy sencillo

La protagonista, Lauren Olamina, es una adolescente que observa el mundo que cae a su alrededor y deduce que colaborar es la única estrategia de supervivencia exitosa en el contexto en el que vive y con los recursos de los que dispone. Apuesta por ello, pone la vida en ello, reflexiona sobre ello, escribe y lo predica. La economía colapsa, las condiciones climáticas cada vez son más extremas, el agua escasea, el Estado apenas existe, la crisis energética se ha consumado y la violencia es la principal forma de relación humana. Morir es muy sencillo, y la mejor forma de no hacerlo es buscar a otros como ella y apoyarse mutuamente. La trama es tan simple como cruda. Las páginas te empujan hasta un lugar donde solo puedes preguntar qué podemos hacer (hoy) para no tener que volver a descubrir (mañana, cuando todo esté más oscuro) lo que ya sabemos que nos salva. La ciencia ficción puede tener una cualidad radicalmente política.

Tiempos distópicos

Cuando antes de cumplir los veinte años comenzaron a suceder cosas en mi cabeza que me desbordaron por completo (psicosis, fue la palabra que se le puso a aquella inmensidad), no podía dejar de pensar una y otra vez que el mundo me parecía grande, extraño, amenazante. Han pasado dos décadas largas y, desde hace meses, todas las noches vienen a visitarme esas tres mismas palabras: grande, extraño, amenazante. El mundo lo es, el mundo me lo parece.

¿Por qué he vuelto a ese lugar? Hay algunas razones evidentes y compartidas: pandemia, guerra en Ucrania, amenaza climática, desigualdad al alza, precariedad laboral o incremento sostenido del número de suicidios, etc.; la publicidad, siempre con el arma cargada, pone de su parte: cuando entro en mi cuenta de Instagram mientras voy al baño, la editorial Penguin me recomienda Rebelión en la granja y 1984, de Orwell: “Libros para tiempos distópicos”. Pero hay algo más allá, ya que al fin y al cabo el escenario tampoco era excepcionalmente prometedor en los estertores del siglo XX. Aquella experiencia tan abrupta y desmesurada a la que he hecho referencia en el párrafo anterior me causó un enorme sentimiento de soledad, una ruptura de vínculos y un distanciamiento progresivo de la realidad. Salí de allí porque vinieron a buscarme y porque tuve la determinación de dejarme sacar, porque, en definitiva, pude imaginar otros futuros posibles distintos a la ingesta de 20 miligramos de Zyprexa bajo el techo de la casa de mis padres. Y hoy hurgo en ese recuerdo con el objeto de poder pensarme y buscar salidas, para saber si este colapso que nos atraviesa a tantas personas es esencialmente social y material o es ante todo un colapso de la imaginación que inevitablemente nos arrastra a distintas soledades.

“Cuando lo Real irrumpe, todo se siente como si fuera un film: no un film que estás mirando, sino un film en el que estás dentro”, dejó escrito Mark Fisher. Me vale para describir lo que me pasó entonces y me vale para describir lo que sucede ahora. Si no fuera porque invierto considerables dosis de tiempo y esfuerzo en señalar las limitaciones y problemáticas que son inherentes a cualquier clasificación psicopatológica, diría que las palabras de Fisher explican con bastante exactitud eso de la psicosis. Y también creo que dan cuenta de la sensación de hastío, desconfianza y apatía política generalizada que estamos viviendo. Si no he vuelto al mismo lugar, se le parece. Capitalismo, locura y desesperanza: un cerrojo y también, quizás, un mapa.

Buscar al otro

Cuando salí del estupor provocado por los neurolépticos volví a enredarme poco a poco con los libros, y una de las lecturas en las que encontré un profundo consuelo fue Adorno. Le tengo cariño a ese filósofo. La capacidad de resistencia como autoafirmación, su nicht mitmachen: no participar, rehusar la conveniencia para cultivar una reflexión crítica, me atrajo enormemente en su momento. Hoy veo el concepto como un eco remoto, como un fantasma que se desvanece y me dice poco o nada. No me es de utilidad para los días en que vivo, donde he aprendido que ni sé, ni puedo, ni quiero pensar solo. Ya no busco en Adorno, busco en Lauren. Hay que salir adelante en mitad de un tiempo y un lugar donde las problemáticas comunes son remitidas a las esferas individuales de cada cual y se borra constantemente la posibilidad de un futuro significativo para capas cada vez más amplias de la población, donde se impone la sensación de que nada que tenga que ver con las condiciones de existencia va a cambiar. O nos quedamos como estamos, o vamos a peor. Dos opciones ya dadas de antemano, ningún mañana.

Hay que salir adelante en mitad de un tiempo y un lugar donde las problemáticas comunes son remitidas a las esferas individuales de cada cual y se borra constantemente la posibilidad de un futuro significativo para capas cada vez más amplias de la población

¿Cómo superar tanto extrañamiento y enormidad? Parafraseando a Castoriadis, uno no puede querer otra cosa si no puede imaginar otra cosa que lo que es. Si los ojos se han llenado de arena y el paso de los meses no es suficiente para llevarse la que cubre los dedos de las manos, creo que ha llegado el momento de buscar al otro más que nunca. Al menos más de lo que hasta el momento yo lo he buscado (lo que equivale a decir: desde y en los espacios políticos que he habitado y promovido). Cuando las fuerzas escasean es más necesario que nunca compartir proyectos, recursos y potencias para desplegar estrategias compartidas con las que dar respuesta a preguntas que van desde la supervivencia material a qué hacemos con la pena que no deja de abrirse paso en nuestros pechos. Aprender a estar juntos al borde del abismo es, en última instancia, de lo que habla Octavia Butler. Y también, quizá, la cuestión más urgente a la que nos enfrentamos.

 

Moira Millán: “La llegada del ferrocarril impactó en el pueblo mapuche provocando el despojo cultural y territorial”

 

Entrevistamos a la lideresa y weychafe mapuche Moira Millán, impulsora del movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir que acaba de publicar El tren del olvido, novela que relata el periodo histórico de represión que supuso la llegada del ferrocarril a las comunidades mapuches en Argentina.
 
 La dirigente mapuche Moira Millán en su visita a Madrid. DAVID F. SABADELL
 
 
12 OCT 2020 09:35

La primera vez que vi y escuche a Moira Millán me impresionó su contundencia, fuerza y convencimiento, no sólo por su discurso sino por su expresión y figura, ataviada con la vestimenta tradicional mapuche. Su presencia es de dignidad y afirmación de la verdad y justicia por la lucha ancestral del pueblo nación Mapuche.

Pocas son las mujeres de pueblos originarios que trascienden las limitaciones de la mirada colonial que les impide publicar sus creaciones literarias. Moira Millán lo ha logrado y en esta entrevista deja patente lo que significa la recuperación de la memoria del pueblo-nación mapuche que ella ha conseguido ‘llevar’ a occidente. Lo que fue el genocidio y expolio de sus territorios a manos de los ingleses en connivencia con el Gobierno argentino.

Acabas de publicar El tren del olvido, ¿por qué éste título?
El tren y el ferrocarril son un símbolo y un paradigma del progreso tal como lo concibe el sistema-mundo. Como es habitual, después del expolio a los pueblos y el genocidio promovido para expropiar sus territorios, durante el gobierno de Carlos Menem se ha quedado abandonado. Es la metáfora del sistema, el modelo de progreso que destruye y atraviesa los territorios para luego dejarlo desmantelado. Por eso, El tren del olvido pretende ser un viaje contra el olvido. Porque esta matriz civilizatoria se lleva la memoria de los pueblos. Esta novela quiere rescatarla.

¿Cuáles han sido las vivencias que te han impulsado a escribir el libro?
Durante un viaje a Irlanda del Norte, en concreto a Belfast, en 2008, conocí a un ferroviario irlandés al que hablé de lo que hicieron los ingleses en la Patagonia Argentina para instaurar el ferrocarril; su política de apropiación de tierras, aunque Argentina no era su colonia, esa historia sigue siendo desconocida en estos nortes. Este hombre me contó que hasta Irlanda habían llegado muchos argentinos pero que ninguno había desvelado esta historia, Él me convenció para que la diera a conocer. Más tarde, en 2015 me diagnosticaron un cáncer de estómago, estaba en riesgo de muerte por esta enfermedad sin haber realizado mi propósito de ser escritora y contar esta historia al mundo

Entonces, me decidí a escribir sobre el impacto del ferrocarril en nuestro pueblo y nuestro territorio, y el vínculo entre el Estado argentino y la corona británica para permitir que los británicos esclavizaran a nuestro pueblo. Empecé a redactar y a ahondar en documentos históricos, coincidiendo con la desaparición del activista Santiago Maldonado (que apoyó las luchas de los mapuches y desaparecido en agosto de 2017) y pensé que lo que escribía estaba a la orden del día de lo que sigue sucediendo.

La Patagonia es un territorio con muchas riquezas donde hay muchos intereses económicos, sobre todo extractivistas y para llevar a cabo estas explotaciones se utilizaron a los militares

¿Cuáles son las fuentes que has consultado para confeccionar esta novela?
Mi familia está vinculada al ferrocarril Mi abuelo, mi padre y mis tíos fueron ferroviarios y conocen la historia del ferrocarril en Argentina; muchas de las historias que relato son reales, me llegaron a través de parientes y por conocidos. Mi novela es ficción pero tiene una relación directa con mi familia, de hecho el personaje de Fresia tiene el perfil de mi abuela materna.

La situación e historia de las mujeres indígenas se ve reflejada en la novela.
Sí. En un sistema patriarcal sólo quedan recogidas las voces de los hombres; incluso los hombres indígenas como lonkos [la autoridad correspondiente a cada uno de grupos de familias] y caciques no tienen ni idea del rol de las mujeres y de sus resistencias. Los hombres mapuches tampoco hablan de la realidad de las mujeres mapuches; por eso mis personajes son mujeres indígenas.

¿Qué mujeres indígenas son escritoras?
La industria editorial no valora el trabajo literario de mujeres y hombres indígenas. Además, el nivel de marginalidad y opresión existente no les considera ‘capaces’ de escribir literatura. El discurso de vencidos, invadidos y vencedores sólo tiene en cuenta la narrativa de los invasores. También en la zona de Wall Mapu, o sea en Chile, hay mayor resonancia y difusión de la literatura hecha por indígenas, como es el caso de Graciela Huinao, por ejemplo.

Menem, que en vez de restituir estos territorios a sus propietarios originales, permitió la venta de nuestras tierras a los ingleses y a Luciano Benetton

¿Crees que va a tener efectos la publicación del libro?
Entre otros, creo que servirá para esclarecer el origen de las múltiples opresiones que se han producido, porque se persiguieron a las mujeres-medicina, porque esta persecución llevó a que perdiéramos las machis [encargada/o de la curación espiritual y uso de hierbas] y que actualmente sigan siendo perseguidas.

La Patagonia es un territorio con muchas riquezas donde hay muchos intereses económicos, sobre todo extractivistas y para llevar a cabo estas explotaciones se utilizaron a los militares, que no entendían ni conocían las poblaciones mapuches de estos territorios. Con la novela, y todas las historias que narra, se entiende el contexto actual de la lucha mapuche.

El comodato entre Estado argentino con algunos lonkos mapuche para ceder territorios mapuche por cien años a la corona inglesa con el fin de instalar el ferrocarril, territorios que tenían que devolver a las comunidades mapuche, fue burlado por el presidente Carlos Menem. Menem, que en vez de restituir estos territorios a sus propietarios originales, permitió la venta de nuestras tierras a los ingleses y a Luciano Benetton [el propietario de la multinacional de ropa]. Estas propiedades son un derecho legal y ancestral del pueblo Mapuche que sigue reclamando sus territorios. Se violaron los acuerdos.

El tipo de vida y la visión del mundo que traían los europeos era la verdadera amenaza, con su lucha ontológica, epistémica contra pueblos originarios, no solo había racismo

Hay sucesos que resaltas más por su gravedad en la novela.
Descubrir la Campaña del Desierto y su finalidad, que era la ruptura de las familias indígenas, su esclavización y el despojo de sus territorios.

También destaco la argentinización de la población mapuche a través de la escuela. El conflicto surgido entre las comunidades en relación a que sus hijos e hijas fueran, o no, a la escuela para manejar el castellano, y así tener más elementos para defenderse de los abusos winkas [los invasores]. La escuela ha sido símbolo de la colonialidad y la argentinización de los pueblos indígenas

Otro aspecto es la llegada del ferrocarril a la Patagonia. Su impacto sobre pueblos originarios y sobre sus territorios ha sido desbastador.

Abordo también las analogías entre los pueblos oprimidos. El personaje irlandés de la novela, Liam O’Sullivan, viene de un territorio donde los ingleses ejercieron también la tiranía, el despojo, la esclavización y los condenaron al hambre… No sólo hay racismo con los no blancos, se da con los pueblos blancos, como el caso de los irlandeses. Y, por supuesto, trato la tiranía ejercida sobre el pueblo mapuche, el sistema con su matriz civilizatoria depredadora se ha instalado en el mundo. Las prácticas de opresión de los ingleses sobre gente blanca, como galeses, irlandeses y, también, sobre los pueblos originarios en otra parte del mundo.

En el caso de Argentina, además, el Estado quería promover una población rubia y blanca y favorecía la inmigración europea y aria frente a la de otros pueblos migrantes. El tipo de vida y la visión del mundo que traían los europeos era la verdadera amenaza, con su lucha ontológica, epistémica contra pueblos originarios, no solo había racismo. El concepto de racismo va más allá del que tienen los blancos que solo consideran el color de la piel; nuestra visión también contempla racismo hacia el pensamiento que es de origen ontológico y que es el modo, o manera, de entender el mundo del pueblo mapuche.

¿Cuál esa concepción del mundo?
Esta forma nuestra relativa al ser, muestra qué es la libertad. El personaje de Liam O’Sullivan, por su cultura y religión, tiene temor al sexo, a la libertad, a sus sentimientos y deseos; el miedo es parte de su disciplina. Pirenrayen, la mujer mapuche, en cambio, es muy libre con su sexualidad, con su cuerpo y con su espíritu. Esto causa un choque cultural. Las dificultades para actuar de Liam son de índole cultural. Hay por lo tanto un antagonismo de personajes, pero que permite que surja el amor. Se trasluce también en los personajes la contraposición entre el binarismo de la cultura dominante europea con las cosmovisiones indígenas, aunque el tratamiento de los personajes no es maniqueo, de buenos y malos, todos tienen rabias y odios, tienen sus luces y sombras y tratan de ser mejores personas a pesar de las circunstancias.

¿Hay relación entre tu novela y sobre lo que estáis trabajando las mujeres indígenas por el buen vivir?
Sí, porque se está recuperando la memoria de la tierra. La novela se hace desde la óptica de las mujeres indígenas, porque a través de la historia y la literatura, se ha mirado al mundo desde los ojos del conquistador y desde allí el físico, la inteligencia (‘no tenemos capacidades’), el desprecio a nuestros saberes ancestrales. Es imprescindible en nuestro tejido social la visión y posición de mujeres indígenas.

Los winkas temían al poder que habita en el cuerpo de las mujeres, tenían que despreciarlas, oprimirlas, no eran consideradas seres humanos.

Aquí en la novela ellas recuperan su dignidad, su mirada amorosa sobre sus cuerpos e identidad. Ellas han preservado el legado de mujeres que han sido sus predecesoras y que le ha costado guardar, secretos milenarios. En la práctica están continuando la lucha por sus derechos y trayendo saberes a nuestras vidas.

Fuente 

El salto diario 

Justicia Patriarcal, por María Galindo

 

 23/12/2020
 

¿Qué es la justicia patriarcal?

El aparato de justicia: policía, jueces, fiscales y forenses. El Código Penal entero: cada uno de sus elementos tiene una estructura y origen patriarcal que sigue vigente. Por eso resulta imposible que ese aparato le de solución al feminicidio, acoso sexual, violencias machistas, irresponsabilidad paterna, violación sexual y los etcéteras, que han ido entrando lentamente en la casilla de delitos y saliendo de la casilla de formas de violencia legítimas de los hombres contra las mujeres y de los cuerpos dotados de poder patriarcal contra los cuerpos despojados de soberanía. 

Se han producido leyes parche como formas de respuesta lenta a la masacre contra las mujeres y los cuerpos no soberanos, leyes que a su vez han demostrado no resolver el problema y que pueden revertirse en contra de las mismas víctimas una y otra vez.

La pregunta no es si la ley sirve o no. En principio se supone que es útil, aunque cotidianamente muestra su inutilidad pues si de conseguir justicia se trata, siempre las más pobres, las más criminalizables -como son las mujeres en prostitución, las trans o las lesbianas-, quedan en la cola del sistema sin posibilidad de acceso a la justicia. 

Los casos van por orden de prioridad racista, clasista, homo y transfóbica. Lo mismo si se mide al victimador. Los más pobres de entre los hombres bajo una lupa clasista, racista y homo y transfóbica serán considerados posibles victimarios y mientras más arriba en la escala social esté el victimador menos posibilidad de juzgarle como victimario tiene la víctima. El entramado de la justicia patriarcal no solo es el texto de la ley, sino el drama de su aplicación en todos y cada uno de sus detalles.

El testigo es el que posee testículos
Justicia patriarcal es que la palabra de las mujeres no tenga valor de verdad, sino que sea de antemano una palabra sospechosa y despojada de credibilidad.

Justicia patriarcal es que en un juicio por violación, la violada tenga que probar su inocencia, que una mujer que aborta sea penalizada, pero el aborto masculino sea legítimo. Aunque el primero se dé en un caso de embarazo y el segundo se dé en un caso de paternidad irresponsable.

Que haya una clasificación “moral” pormenorizada de las mujeres asesinadas y que los feminicidios sean socialmente juzgados desde la culpabilización de las muertas.

Justicia patriarcal es que toda madre sea susceptible de ser vigilada judicialmente sobre el cumplimiento de una maternidad “buena”, pero que todo padre pueda presentarse ante un juez teniendo hijes de diferentes parejas que no puede mantener y que se fije la asistencia familiar, no sobre la base de las necesidades de subsistencia de las wawas, sino sobre la base de  la irresponsabilidad y comodidades del padre irresponsable, que jamás se sentirá en la obligación jurídica, no solo de criar y educar a las wawas, sino ni siquiera de ponerse un condón.

Justicia patriarcal es que un forense minimice las lesiones de una víctima de violencia machista, pero que cuando una mujer se defiende de su victimador, ella sea considerada no víctima, sino victimadora y la legítima defensa sea juzgada como asesinato o agresión con rapidez y sed de castigo social para que esa víctima sirva de escarmiento histórico, para que las mujeres no se atrevan a defenderse de sus agresores.

Justicia patriarcal es que toda víctima necesite de un abogado para ser representada y que no sea el Estado mismo, a través de la fiscalía, quien la represente.

Justicia patriarcal es que la víctima tenga que convertirse en investigadora porque la policía ha convertido en rutina los femicidios y no tiene la voluntad ni la pericia para recabar las pruebas.

Justicia patriarcal es que el sistema en su conjunto les achaque al alcohol, la fiesta o el deseo de libertad sexual las causas de la violencia machista, pero no así a la educación, al concepto de familia, a los patrones de los medios de comunicación o al discurso misógino institucionalizado y generalizado. 

La justicia patriarcal quiere aislar cada caso para evitar el aglutinamiento de las víctimas y la crítica al sistema que sostiene, produce y legitima esa violencia. Busca las causas que la produjeron en teorías criminalísticas que conviertan a la víctima en responsable de la violencia que sufre y al victimador en una suerte de “enfermo” mental excepcional. 

Todo el sistema intenta intervenir sobre la víctima y no sobre el victimador. Ella sufre violencia machista no porque quiso emanciparse, sino porque es “carente de autoestima”, no porque se está rebelando, sino porque sale a bailar o se viste con escotes.

El victimador jamás es interpelado. Se lo encierra en una cárcel donde el tipo de reclusión será rifada por la policía sobre la base de la extorsión económica que contra el victimador pueda utilizar la policía.

No hay casas para maridos golpeadores donde ellos cocinen, cosan, tengan horarios de entrada y salida y hayan tenido que dejar las casas donde vivían, pero hay casas de refugio tipo cárcel/convento para mujeres víctimas de violencia machista.

La imagen que se muestra de nosotras es la de cuerpo maltratado, mutilado, golpeado, humillado, tirado en el piso y sangrante. 

No estamos ante un reclamo por justicia, sino ante una disputa conceptual de lo que por justicia entendemos. Una disputa que pasa por el sentido y el significado que tiene cada moretón, una disputa que pasa por cada una de las palabras que vamos a inventar para formular lo que estamos viviendo las mujeres y los cuerpos despojados de soberanía en una sociedad patriarcal capitalista y colonial. 

Cada uno de los pasos que hemos dado intenta ser recapturado en contra nuestra para que esta gigante lucha por justicia y para que este gigante dolor social se reviertan contra nosotras, una vez más. Por eso las palabras, las discusiones y las formas como vamos interpretando nuestro propio camino no los podemos dejar en manos del Estado, los partidos políticos, ni las oenegés. Nuestro mayor desafío político y filosófico es escuchar a las víctimas como protagonistas, y desde sus palabras y sus vivencias construir esperanza. Nuestro mayor desafío político y filosófico es responder a las violencias machistas desde nuestra autonomía política y no como clientas del Estado, los partidos, los organismos internacionales y las oenegés.

Tenemos que pasar de denunciar lo que no queremos a inventar lo que queremos.

Pasar de la denuncia a la invención
Sobre la base de formas de complicidad pequeñas e invisibles hemos llevado nuestras denuncias ante ese aparato helado e indiferente que es la Justicia Patriarcal. Tal es la cantidad de denuncias y trajines que hemos producido en sus corredores, que las mujeres mas anónimas de la sociedad hemos logrado demostrar que su aparato de justicia no sirve para nada.

Hemos logrado colapsar sus juzgados, acabar con sus horas de trabajo tratando de explicar cada moretón, cada insulto, cada violación. Han sido tantas las horas que hemos necesitado para eso que lo único que hemos logrado demostrar es que están sordos.

Este colapso del Estado ante las mujeres es importante porque deja claramente establecido que no hay policía suficiente para contener la violencia machista, sino que la policía misma es un brazo de producción de violencia patriarcal.

Este colapso del Estado ante la necesidad de justicia de las mujeres representa, ni más ni menos, que haber llegado a un límite entre lo viejo y lo nuevo, es haber llegado a un límite en el que la reforma de la ley no basta ni resulta suficiente. Es haber llegado a un límite en el que la retórica queda develada como retórica, donde queda demostrado que la propia categoría de género se ha convertido en un adminículo retórico de su misoginia estructural. Por muy loco que parezca es así.

Este límite nos obliga a pasar de la denuncia a la invención. 

Mañana nuestro trabajo no es continuar con ese trajín amargo, sino pasar de denunciar a la justicia patriarcal a producir nosotras otras formas de justicia, porque sin justicia no podemos vivir.

Estamos conscientes de que la relación victimario/ víctima no se resuelve con la cárcel: somos responsables de construir otra respuesta de justicia. 

Somos responsables de no fortalecer el sistema carcelario clasista, racista, patriarcal, policíaco y corrupto. La justicia que necesitamos la tenemos que construir por fuera de su Código Penal, de su policía y de su cárcel. Tenemos que ser capaces de respondernos: ¿Qué haríamos nosotras como juezas con un violador? ¿Qué haríamos con un femicida? ¿Qué contenidos tiene esa otra justicia que reclamamos? ¿Nos atrevemos a pasar de denunciar la misoginia del juez a plantear otro concepto de justicia? ¿Seremos capaces de no nutrir con nuestros sueños de justicia los aparatos de represión carcelario donde han sido recluidas nuestras abuelas de lucha?

¿Seremos capaces de repensar nuestro lugar de víctimas para trascenderlo y no para perpetuarlo, para que nuestras hijas hereden lugares de lucha y rebeldía y no lugares de resignación y humillación? En ese límite estamos.

Allí hemos llegado. 

Recuento de los daños: Observatorio Lucía Pérez
Los Estados vienen haciendo recuento de víctimas de violencia doméstica, intrafamiliar o de género, que es como les han venido llamando según diferentes olas teóricas.  Son recuentos que están en manos de la policía y el Poder Judicial y que están hechos para reducir a las víctimas a cifras. 

Están hechos para normalizar la violencia, para que esos recuentos se conviertan en un adminículo más de un mensaje de vigilancia y advertencia contra nuestras libertades. Esos recuentos, inclusive, están hechos para olvidar los nombres de los femicidas y que cada uno de los femicidios figure con nuestros nombres. 

Están hechos también para borrar los motivos por los que fueron asesinadas y sustituirlos por el pálido dato de que son mujeres y punto. En muchos casos son, además, recuentos que excluyen a las mujeres trans de las listas de femicidios y que excluyen también a las mujeres en prostitución, porque los asesinatos de esos dos tipos de mujeres no son dignos ni de ser mencionados como número.

El observatorio autogestionado Lucía Pérez, en ese contexto, levanta un foro de justicia que, hasta donde conozco, no tiene precedentes ni comparación.

No se trata de un recuento autogestionado contra uno estatal para hacer lo mismo. No es una diferencia de detalle, ni de número, sino el uso político del número de víctimas para construir eso que tanta falta nos hace: la visión de conjunto. La visión de la cuestión estructural masiva; eso que tanta falta nos hace que es la concatenación de un caso con otro como fenómeno político. 

Nos obliga a hacer lo que todo el sistema patriarcal se niega a hacer que es volcar la mirada y el registro en el victimador y, además, detallar los datos esenciales de cada uno de los femicidios. 

Este padrón autogestionario nos obliga a convertir la cifra en un dato político, nos obliga a concatenar caso con caso y caso con lucha, volcándonos a que pasemos de la lucha individual por justicia a la lucha colectiva por justicia, que es la única que realmente tiene sentido. 

Este padrón implica un enorme esfuerzo. Es como haber construido un empedrado sobre el cual marchar, es haber convertido los ríos de sangre en ríos de agua donde navegar en busca de justicia. 

Nos obliga al encuentro entre víctimas y a la búsqueda de la invención de lo nuevo. 

Este padrón nos regala la acumulación de lucha, para que cada marcha deje de ser un esfuerzo circunstancial. Nos da el grado gigante de conciencia contra las violencias que hoy está en manos de las mujeres de todas las edades y regiones, y convierte esta lucha en el hilo en torno del cual nos podemos unir. Relaciona femicidio con muerte por aborto clandestino y con violaciones, planteando así la matriz común que es otra de las cuestiones que el Estado y el Derecho Penal patriarcal separan como delitos que no tienen relación. 

Este padrón autogestionado materializa la tesis más importante: la base de toda violencia patriarcal es el despojo de soberanía de nuestros cuerpos.

Por eso este padrón representa un modelo a imitar y una ruptura conceptual en la forma de enfrentar la luchas contra las violencias patriarcales.

Este padrón autogestionario materializa lo que la autonomía política representa porque no hay lugar para concesiones ni omisiones: es el punto de partida sobre el cual deliberar cómo será esa otra justicia que queremos, que ofrecemos y que necesitamos.

Por el derecho a no ser asesinadas
Nuestro desafío mayor es producir justicia: justicia feminista. Y quiero atreverme a plantear unas pocas pistas de lo que eso significaría.

La justicia feminista no saldrá de la reforma de la ley, sino de la producción paralela de justicia, tal cual lo hicimos con las dictaduras militares y los crímenes de lesa humanidad. 

Esta otra justicia se puede gestar si somos capaces de construir tribunales populares de mujeres para atrevernos a juzgar los casos. 

La justicia feminista no saldrá del juzgamiento con perspectiva de género que nos ofrece retóricamente el Estado, sino de situarnos en el intersticio entre legalidad e ilegalidad, es decir en el espacio de la alegalidad, para actuar rápidamente, para cuidarnos entre nosotras, para salvar nuestras vidas y actuar socialmente contra los violentos con la capacidad de convertir nuestro dolor en voz pública y autorizada para actuar.

La justicia feminista no saldrá de la construccion de una criminología, sino de la capacidad de desmontaje de la masculinidad violenta. 

Lo que necesitamos demostrar no es el delito así como lo comprende el procedimiento penal, sino el ejercicio de violencia como ejercicio de una masculinidad en decadencia. 

Necesitamos desactivar al violento de su ficticio poder de ejercer violencia. En los juicios de justicia feminista necesitamos demostrar que el poder de matar que usa el femicida termina aniquilándolo a él mismo.

Necesitamos destruir y desmontar el altar donde el femicida se endiosa para quitarnos la vida, porque sin altar su conversión en un ser débil y vulnerable será pensable, posible e imaginable.

No estamos asistiendo al recrudecimiento del patriarcado sino a su colapso. 

La violencia que sufrimos es la respuesta a la libertad que ejercemos y no podemos perder eso de vista ni por un solo segundo.

Necesitamos producir una forma de justicia que no represente un trauma para las violadas, sino su plena sanación y la plena recuperación de su libertad. 

Un escenario donde la violada no sienta vergüenza, sino que sea el violador el que deba avergonzarse.

Necesitamos producir una forma de justicia que reproduzca justicia y no que reproduzca odio y decadencia. 

Esa forma de justicia la inventaremos juntas, la inaguraremos concatenando nuestros dolores, tal cual lo hace hoy este padrón autogestionado de violencia patriarcal.

 

fuente https://lavaca.org/mu154/justicia-feminista-por-maria-galindo/

“Absit”: un relato de Angélica Gorodischer

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Gurumbé: Canciones de tu memoria negra

 

2016 · 1h 12min
 
Gurumbé. Canciones de tu memoria negra - Cité ...

Sinopsis

Un documental que rescata del olvido la historia de la esclavitud africana en la Península Ibérica, resaltando el protagonismo que, junto a otros colectivos marginales, tuvieron en nuestra historia y nuestra cultura.

Con la explotación comercial de América, miles de africanos son traídos a España y Portugal para ser vendidos como esclavos. Algunos serán exportados a las colonias y otros se quedarán en las ciudades. Estos últimos formarán una población que irá ganando su espacio en la sociedad, enfrentándose desde el principio a su situación de esclavos y a los fuertes prejuicios raciales.

 

ver en :

https://www.filmin.es/pelicula/gurumbe-canciones-de-tu-memoria-negra

El cuento de ‘La Chivata’, de Luisa Carnés

Ofrecemos en exclusiva este cuento de Luisa Carnés (1955), que se acerca a la causa republicana desde la mirada particular de las mujeres represaliadas en el franquismo

 
 
 

Niños en el patio de la prisión maternal instalada en la cárcel de Ventas. 1955. (Archivo Regional de la Comunidad de Madrid)

Luisa Carnés

26 de mayo de 2017 11:27h

I

¿Quién era? No podía ser la madre del niño recién nacido, de aquel niño de piel rosada, llena de arrugas, cuyos puñitos apretados eran los únicos puños que podían cerrarse ante las miradas agudas de las celadoras. No podía ser la madre recién llegada, cuyo hijo acababa casi de abrir los ojos a la luz de aquellas galerías, cuya claridad no descubría graciosos pájaros, ni iluminaba un solo árbol, un árbol siquiera, que pudiera contar el paso de las estaciones con su desgranar de capullos en cada rama o su crujir de hojas secas bajo los invisibles dedos del viento. No podía ser aquella madre nueva, cuyos labios pálidos sellaban el camino de la libertad del marido («Podéis matarme, pero no diré por dónde se fue»).

 

Su cabello apretado en rueda sobre la nuca todavía no encanecía. Sus manos alzaban al hijo para que recibiera el rayo de sol que paseaba despacio, de doce a una, por el patio, para que recibiera el aire delgado que a las oscuras celdas no quería pasar. No podía ser tampoco la madre del niño doliente, que no sabía lo que era un caballo, ni menos aún conocía la leche de la vaca mugidora, e ignoraba que dos hileras de casas formaban una calle, y varias casas puestas en rueda forman una plaza. El niño de piernas de alambre, que desconocía otras aves que no fueran aquellas que cruzaban por encima del penal, con un ruido que hacía temblar todos sus pequeños huesos.

No podía ser tampoco la maestra. La maestra no era joven ni bella. Sus manos se habían deformado con ropas ajenas. Había lavado en lavaderos públicos, en pilas frías, por las cuales pasaban ropas de todas partes, pero sobre todo señaladas con un signo (USA) que la maestra conocía muy bien; en lavaderos de hospitales, oscuros, húmedos, acompañada a veces de algún cadáver, en espera de la noche para ser rescatado por la tierra. Así se enclavijaron los dedos de sus manos, mientras los niños españoles no sabían que dos y dos son cuatro. Cuando en las batas tiesas de un hospital aparecieron unas hojitas en contra de Franco y de los yanquis, la maestra fue puesta en cautiverio. Y ahora sus dedos torcidos apenas pueden sostener el pedazo de lápiz que escribe, para los hijos de las presas, cuántos días tiene un año sin leche, sin pájaros, sin juguetes, y con aquellas grandes alas de metal norteamericano traspasando los aires… No podía ser tampoco la maestra.

No podía ser la anciana de los zuecos (otro beso de amor sobre un camino). Le preguntaban «¿Dónde está tu hijo?», y ella respondía «¡Sábelo Dios!». Y ahora estaba allí, en el día eterno de la cárcel, con sus viejos zuecos, que nadie podía arrancarle de los pies y que producían durante todo el día un ruido seco por las galerías y el patio, añorando las viejas piedras de la aldea. No podía ser tampoco la vieja de los zuecos

¿Pues quién entonces?, ¿quién era? ¿Carlota, la de los ataques; Jacinta, la Madrileña; Pepa, la Tuerta (culpa fue del vergajazo de la funcionaria); Maruja, la Liviana (flaca como un perro flaco, saltarina y ligera como un alambre azotado por el vendaval); Filo, la Asturiana; Carmen; Amparo…? ¿Quién de ellas? ¿Cuál de todas aquellas sombras de mujer era «ella»?

—Bueno, yo no digo que si aquella o la de más allá, pero entre nosotras está la prójima.

—¿Tú, no quedrás decir…? Pero, ¿por qué me miras? ¿Tengo yo cara de chivata?

—¡Mía esta!… Estás enfrente de mí. A algún lao tiene una que mirar.

—Pero, casualmente, me has mirao a mí.

—Pues eso habrá sido, casualmente… ¡Mía esta!

Estaban en el patio. El sol, ya alto, apenas calentaba. Alto, alto. La madre joven levantaba a su hijo entre las manos —el niño de carina menuda, como una cereza arrugada—, pero no lograba que el infante alcanzara aquella débil flecha amarillenta que apuntaba a una pared gris. La Liviana tiritaba dentro de su toquilla negra, y con sus largos brazos rodeaba su propio cuerpo. Carmen, María, Angustias, Filo, hacían guantes y pañitos de perlé, y la anciana de los zuecos medía las losas frías de aquel pozo que se comía los colores, los senos, las caderas, la juventud de las reclusas.

—Tú dices, pero una tiene que recelar de todo. Aquí todas somos de confianza, pero ¿quién dio el soplo el día de la clase política?, ¿y la noche de la lectura del periódico? ¿Cómo se supo quién escondía la bandera republicana el año pasado?

—Tiene razón. Todo eso es más que sospechoso. Las funcionarias no son adivinas. ¡Hay que ahorcar a la que… !

—No puede ser una política.

—Tié que ser una de las comunes, que se haya infiltrao.

—¿Pero quién puede ser, quién? Otra vez a mirar, a buscar con los ojos, en los ademanes, de un grupo en otro (no podían ser más de cinco). ¿Quién? ¿Quién? Y otra vez, la misma de antes:

—¡Y dale!… Mira pa’ otro lao, tú.

—¡Pues a algún sitio tengo que mirar, ¡mía esta!…

Siguieron mirándose unas a otras después, en el comedor, y más tarde al formar en la galería para que las contara la celadora. Y en los días que vinieron. No había descanso. No se sabía quién era, pero se la sentía en todas partes. Se la sentía como algo impalpable, pegajoso y frío, algo que enmudecía el labio y hacía cerrar las manos debajo de los delantales y en los bolsillos de las batas. Era algo contra lo que era difícil luchar. Porque, ¿cómo se defiende la gente de una sombra? Y eso era la chivata, una sombra que resbalaba sobre el patio y la galería; una oreja adherida a todas las celdas, arañando en todos los cerebros y robando los pensamientos, quizá antes de que nacieran.

Había introducido en el penal algo peor que el hielo: la desconfianza. La desconfianza sellaba las bocas y enfriaba los corazones de las presas. Los corazones, antes tan encendidos en amor. Se cerraban las mujeres dentro de sí mismas como lo hacían cada noche en las celdas con sus cuerpos las funcionarias. Y en la oscuridad casi total — solo la pequeña bombilla de carbón al final de la galería— se adivinaba al poder maligno deslizándose ante las puertas, captando los suspiros, las lágrimas, los anhelos de libertad y de justicia, la nana de la madre joven, de pechos henchidos, que soñaba para su hijo un rayo de sol, como la madre del niño raquítico soñaba para el suyo un caballo con cola de algodón.

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II

—Os digo que es ella.

—¡No puede ser!

—Es la que mejor cumple las tareas.

—Con su cuenta y razón.

—Es la primera que reclama a las funcionarias…

—Y hasta la metieron en celda de castigo el mes pasado.

—Sí, menuda celda de castigo… ¿Sabéis cómo se llama su celda?; la Puerta del Sol. Mi hermana la vio en la calle hace dos semanas.

—¿Cómo es posible?

—Toma, siéndolo. Entra y sale de la cárcel como Pedro por su casa. ¿Qué más pruebas queréis?

—Si fuera verdad, era para matarla.

—Y tanto que lo es. Mi hermana no inventa infundios. Me lo escribió en un papelito. Aquí está. Pasarlo a las demás, con cuidado.

—Sí, con tiento… La anciana de los zuecos contaba baldosas en el patio. La madre joven había conseguido al fin que su hijo aprisionara en sus puñitos cerrados el rayo de sol, y reía:

—¡Qué rico solecito para mi niño!

Carmen, Filo, Carlota, María y Angustias movían entre los dedos las agujas de hacer croché. El pequeño papel blanco pasó entre sus dedos ligeros, entre los aleteos juguetones. En él unas letras a lápiz decían: «Cuidado con la Liviana. La he visto en la calle». Entre los dedos de la última se convirtieron en diminutos pétalos, que más tarde desaparecieron en el retrete.

—¿Lo creéis ahora?

—¡Qué horror!

—Es la más interesada en las clases políticas.

—La más interesada en la lectura del periódico.

—¡Qué descanso para todas!

—Cuando yo decía que «ella» estaba entre nosotras…

—Pero lo decías mirándome a mí.

—¡vaya manía que te ha entrao! Bien sabe Dios que no te miraba a ti ni a ninguna, pero desconfiaba de todas. Alguna de nosotras tenía que ser.

—Eso sí.

—¡Y pensar que ella tiene el secreto de nuestro trabajo!

—Y sabe cómo entran las cartas en la cárcel.

—Y cómo salen.

—Ya se nos estropeó lo del 14 de abril.  

—¡Que te crees tú eso!

—veréis como hay cacheo el 14.

—¿Y qué que lo haya? En peores nos hemos visto.

—¡Y tanto!

—Callarse, que ahí viene…

Pero como eran cinco en el corro, la Liviana pasó de largo.

—¿Se habrá olido algo? Es muy larga.

—Es que somos cinco.

—Es verdad.

—Cumple bien el reglamento.

—Demasiado bien. La madre aupaba en sus brazos al niño recién nacido, que seguía apretando en sus puñitos el sol, que tendía a escaparse.

—¡Qué solecito tan rico para mi niño!

Los zuecos de la anciana seguían arañando las losas del patio, buscando acaso los perdidos pedruscos de la aldea.

III

Ya el sol calentaba aquel 14 de abril, pero a nadie le extrañó ver a la maestra envuelta en la manta de su catre. Llevaba algunas semanas que se quejaba de tercianas, pero apenas le hacían caso las funcionarias, y por todo tratamiento le suministraban dos aspirinas al día. A nadie le extrañó verla aquel 14 de abril envuelta en la manta, tiritar bajo el sol alegre, que envolvía en su calor al niño de carita de cereza arrugada, como metida en alcohol.

A pesar del cacheo de la mañana, las funcionarias no habían prohibido la hora del paseo en el patio, aunque estaban más vigilantes que de costumbre en las galerías altas que miraban al patio. Por la mañana, después del desayuno, cuando las reclusas atendían al aseo de sus celdas, sonó un timbre largo rato, y la jefa de galería apareció a lo lejos.

—¡Cacheo tenemos!

Venía la jefa acompañada de otras dos celadoras de la prisión. La jefa gritó:

—¡Todas afuera! ¡Cada una de pie al lado de su celda! Las celadoras subalternas registraron a las mujeres una por una. Registraron las celdas, una por una. Nada quedó sin registrar. Sus manos palpaban las pobres prendas remendadas, arrancaban de las paredes los retratos familiares, deshacían los catres.

—¿Dónde están las banderas?

—¿Dónde las habéis metido, cochinas? Cien banderas que se había llevado el viento. —Buscad, no dejéis nada sin mirar.

Otra vez, las manos temblonas de las celadoras rasgaron papeles y arrugaron trapos limpios. Los libros, si alguno había, quedaban destrozados. Dentro de los secos pechos de las tres celadoras, los corazones negros trepidaban como locomotoras.

—¿Dónde están?… ¿Dónde las habéis metido?

Las cien mujeres de aquella galería aparecían tiesas, pegadas a las puertas de sus celdas abiertas. Eran cien estatuas sin vida. Los ojos miraban fríamente a las tres mujeres que destrozaban sus pobres prendas. Levantaban los colchones de borra apelmazada, vaciaban los viejos baúles, las cajas de cartón, donde crecían las labores de croché que más tarde venderían en la calle los familiares de las presas; el trabajo que se convertiría en mejor pan, en «café, café», o en lana para los calcetines del invierno. Todo era apretujado, pisoteado, pero las banderas no aparecían. Y en aquella galería había cien mujeres. Las mujeres eran estatuas erguidas ante sus celdas.

Entre ellas estaba la de la Liviana, desarticulados los largos brazos y piernas, pegada a la puerta oscura como una delgada oblea. Y la madre joven, rebosantes los pechos hasta mojar la fea bata. Y la anciana de los zuecos, impaciente por emprender su interminable caminata en busca de la aldehuela que no se vislumbraba en patios ni pasillos. Y la maestra, tiritando de frío en 14 de abril.

—¿Por qué tiemblas tú? —inquirió la jefa.

—Me siento mal.

—Tiene calentura —dijo la madre joven.

—Cuando acabéis, dadle a esta dos aspirinas —ordenó la jefa a las celadoras.

Media hora más tarde quedaron solas las reclusas. Cada cual se entregó a la tarea de arreglar sus pobres bienes destrozados. Reían y cantaban, y se abrazaban unas a otras. Una vez que la Liviana intentó abrazar a una de ellas se sintió rechazada, y oyó una voz muy baja que le dijo:

—¡Quita de ahí, Judas! 

La Liviana fingió no haber oído nada. Siguió haciendo su vida ordinaria: el taller, la labor de croché, como todas. Nadie le volvió a decir nada. Pero empezó a sentirse sola. A la hora del paseo en el patio comenzó a sentirse sola. Sorprendió en sus compañeras miradas que no conocía. Le llegaba un sordo rumor de voces, como el ruido airado del mar cuando se escucha desde lejos, al otro lado de una montaña. Abría mucho los ojos y los oídos pero nada oía ni veía, salvo las miradas extrañas, que avanzaban hacia algo, que buscaban algo sin acabar de posarse en nada. Y aquel ruido sordo de las voces sin palabras, aquel como fino oleaje que la cercaba… Arriba, en la galería superior, las celadoras vigilaban el patio, pero estaban muy lejos. No podía reclamar su atención. No encontraba el medio de comunicarles su miedo, de hacerlas partícipes de aquella amenaza que sentía sobre sí y la llenaba de temor. Nunca supo lo que era el temor, esa cosa que enfría las manos y paraliza las piernas. Eso que debían sentir las presas políticas cuando la Falange las llamaba a declarar a la dirección de Seguridad, y que ella desconocía.

Desde arriba las celadoras veían el patio como lo veían siempre, florecido de cabezas de mujer a falta de flores auténticas, ni siquiera con la más leve brizna de hierba asomando entre las piedras. No podía traspasarlas aquel sordo rumor como de mar que comienza a embravecer. No podían ver aquellas miradas que cambiaban. Ahora tenían una expresión solo captada por la Liviana, aquellas miradas que al fin convergieron en un punto, como aquel que llega a una cita. Y acallaron aquel rumor, que no tenía nada de humano, para dar paso a un grito extraño, desarticulado, que no era de temor ni de alegría ni de odio, proferido por cien gargantas. Que ahogó el de la Liviana antes de nacer. En el barullo alguien dijo:

—Todavía están ahí las funcionarias.

Y alguien:

—No importa. Tiene que ser ahora. Así se acordó.

La manta en que se arrebujaba la maestra voló sobre muchas cabezas. El grito se dividió en gritos. Pero ahora eran de alegría, contenida por mucho tiempo, más bien desconocida de siempre. Era la locura del silencio transformado en voz y luego en cántico. Cantaban canciones infantiles, y mientras las sílabas formaban en sus labios palabras candorosas, las voces eran aullidos sin forma que atraían las miradas de las celadoras de la galería superior. Cantaban y golpeaban sobre la manta de la maestra con tercianas que, después de revolotear sobre las cabezas, había caído al suelo. Golpeaban sobre la manta con risas y alaridos.

La madre joven entregó a su hijo a la vieja de los zuecos y golpeó también con fuerza. Todas golpeaban ciegamente encima de la manta, con los pies y las manos. Golpeaban por ellas y por las demás reclusas del penal. Golpeaban por sus hombres presos o muertos, por sus propias penas y por las ajenas. Golpeaban por los cautivos víctimas de las delaciones, por los eternos días de la cárcel, por las noches sin sueño, por los años sin pan y sin leche, por la juventud sin amor, por la niñez de los niños que no conocían de España más que unas celdas estrechas y unos altos muros grises…

Cuando aquel flaco cuerpo de la Liviana, aquella fea rata delatora, dejó de ofrecer resistencia debajo de la manta, sintieron miedo, un miedo colectivo, que es más profundo y trágico que el miedo de un solo ser, que es un miedo que no cabe en el mundo. Pensaron: «La hemos matado». No, ellas no querían matar. No querían devolver muerte por muerte. Querían castigar. Demostrar a las celadoras que la chivata no había podido interrumpir en la cárcel el trabajo de las políticas, cortar su apasionada esperanza, su confianza en el mañana de España y la propia confianza, la amorosa confianza de unas en otras, la mutua ayuda, la solidaridad, la comprensión. Todo eso tan bello, tan alentador, que las ayudaba a sobrellevar la larga espera redentora, el mañana español que sería esplendoroso, como lo era ya para otros pueblos de la tierra…

Con temor, alguna tiró de una punta de la manta de la maestra y se vio a la Liviana moverse, sentarse en el suelo, recogerse sobre sí misma, extender sus brazos, con aire dolorido, a las celadoras, que miraban la escena con estupor, que hasta entonces no comprendieron.

—¡Socorro! ¡Me matan! —gritó la chivata con las pocas fuerzas que le quedaban.

Y las celadoras acudieron de todas partes en su ayuda. Pero iba a ser difícil encontrar a las culpables. Habría que castigar a las cien mujeres de las cien celdas del piso bajo del penal. Mientras la Liviana era atendida en la enfermería de los golpes sufridos aquella noche del 14 de abril, en las celdas del piso bajo, cien voces gritaban una canción de la guerra española que en este momento, para las reclusas, era una canción de victoria: El ejército del Ebro, una noche el río pasó, y a las tropas invasoras, buena paliza les dio.

Cuando las funcionarias encendieron las luces de la galería baja, cien banderitas republicanas ondearon a través de los ventanucos de las cien celdas, bajo las bombillas de carbón.

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