En la lengua mapuche no existe la palabra muerte

El borramiento de la identidad mapuche en la muerte y en el nacimiento es uno de los pilares que el cristianismo instaló en nuestro territorio. Cruces al morir, y dolor al parir.

Esta mañana mi abuela, Manuela Díaz de Cleñan, inició su viaje final al wenu mapu, al espacio azul. Dicen los antiguos que subió en su sulky, lleno de zapallos, camotes y sandias. En los bolsillos llevó muchas semillas. Entre ellas maíz y trigo para no pasar hambre. Dicen que la esperan los Antiguos. Habrá gran asado de lechón y cordero estos cuatro días allá, porque eso le gustaba comer y seguramente algún pavito también.

Su transformación en puro espíritu inició hoy, 26 de enero y se completará en cuatro días. Espero escuchar el tue tue, para avisarme que ya llegó bien. Que hubo encuentro con su linaje ancestral.
Evidentemente su descanso no será alrededor de la Laguna La Azotea, cementerio histórico mapuche aún sin habilitar en Los Toldos. Todos sabemos que ese conflicto no está resuelto y es una deuda pendiente de la gestión actual y de la que vendrá: reconocer los espacios sagrados y los rituales mortuorios de la nación mapuche como un derecho. Derecho a Buen Vivir y derecho a Buen Morir. El Estado prohibió al pueblo mapuche enterrar a su gente en La Azotea, desde 1901 y el responsable de perpetuar este impedimento hoy, es el Municipio de General Viamonte.

Mi abuela será despojada aún en su entierro de su cultura – su territorio. Su espíritu volverá en amaneceres y atardeceres luminosos, rodeado de cantos de grillos, ranas, calandrias, chajás, de teros y de zorros.

En los amaneceres – de niña – siempre vi a mi abuela hacer su jejipun, su oración de la mañana en una ventana de su cocina que daba al pwel al este, en su hermosa casa de adobe, llena de flores. Nunca la vi pobre a la casa de mi abuela. La sentí hermosa. Un patio de tierra barrido por las mañana por ella, lleno de gallinas que también alimentaba con su maíz. Nunca me explicó por qué hacía su jejipun con yerba. Pero, sí. La ví hacerlo.

Manuela fue madre de ocho hijxs y abuela de treinta y cinco nietos, bisabuela de más de diez bisnietos. Soy la primera de todas sus nietas. Manuela fue una mujer elegante. Sus pómulos sobresalientes mostraron siempre su cara de kulxug, aunque ella no asumía su ser mujer mapuche públicamente. Su rostro lo anunciaba y su tez morena también. Su cotidianeidad la hablaba: mujer mapuche que organiza y ordena su entorno.

Vivió una relación de género difícil con mi abuelo. Como todas las mujeres mapuche, aprendió a callar sus miedos en los silencios del atardecer. Eran más peligrosos los wigka que vinieran a sacarle el campo, que el viejo que aveces volvía borracho a la noche a casa. Entendió perfectamente cuál era el verdadero peligro. Aprendió a defender su territorio con su agricultura: carneaba, pelaba gallinas, hacía con su grasa unto sin sal para el cuidado de su familia. En las noches de tormenta sabía qué hacer para dialogar con los pu newen para que no afectara su casa, sus animales.
Manuela no supo leer y escribir en castellano. Pero supo el lenguaje de su tierra: cuidó la semilla antigua, la atesoró y resembró siempre. Aún hoy, después de cinco años de regresar al territorio yo no sé cultivar la huerta como ella. Desde las cuatro de la mañana carpía su quinta para alimentar sus hijxs. ¿Cuántas mujeres mapuche actualmente cuidan las semillas, las cultivan y alimentan sus hijxs?

Un entierro digno, para mí es un entierro con los rituales de la cultura a la cual perteneció. No lo entendieron así sus hijxs. Les ganó la colonización. El borramiento de la identidad mapuche en la muerte y en el nacimiento es uno de los pilares que el cristianismo instaló en nuestro territorio. Cruces al morir, y dolor al parir. Símbolos y creencias que se reproducen y se reproducen. El otro gran rasgo de la evangelización es: el autoritarismo. La catolicidad es eso: la pretensión de universalizar una creencia y sus rituales por encima de las otras religiones y creencias.

¿Qué se dispara en las familias mapuche para llevar a su familiar muerto en un cajón con una cruz y ver quizás un cura con alguna cara de circunstancia, haciendo rituales inentendibles y leyendo frases inertes para la cultura mapuche? ¿Cuál será el salvajismo que la cristiandad condenó para que el Estado se hiciera eco de universalizar ese modo de morir y ser enterrado? ¿Quiénes son lxs salvajes, hoy?

Nosotros en estos cuatro días de viaje de mi abuela al encuentro con sus ancestros, comeremos lo que a ella le gustaba. Tomaremos vino blanco en su memoria, su preferido: vino blanco. Haremos nuestros rituales porque a pesar del intento del borramiento de la identidad, algunxs de sus nietxs y bisnietos amamos la forma mapuche de entendimiento de la vida y de la muerte. Sin lágrimas, sin vacíos, sino con una profunda reflexión sobre los ciclos de la vida, los ciclos naturales que acompasamos con nuestra existencia y el ciclo que Manuela terminó e inició.

No existe la palabra muerte en la lengua mapuche para describir ese estado en las personas. Cuando alguien muere, se dice “mapulugün”. Mapulugün es volverse territorio. Manuela, ya es territorio – vida. Por eso, con Kajfükura seguiremos afirmando que no hay muerte: “En los hijos, de mis hijos me levantaré”.
Küme rupu ñi chuchu Manuela! Pewmagen ñi püjü remapuchegeiñ!

*Comunidad Mapuche Epu Lafken – Los Toldos

 

En la lengua mapuche no existe la palabra muerte

Apaches, vivos y presentes en el México del siglo XXI

Apaches, vivos y presentes en el México del siglo XXI

 
Juan Luis Longoria, historiador N’dee/N’nee/Ndé, en Sonora.

Los conocen como apaches y no sólo residen en Estados Unidos. Tienen hogares y comunidades en Chihuahua, Sonora, norte de Durango, Nuevo León y Tamaulipas. Están vivos, aquí y ahora, en pleno siglo XXI, pero, oficialmente, en la República Mexicana no existen. Desde 2017 este pueblo busca que el Estado mexicano reconozca su existencia 

Texto: Lydiette Carrión 

Fotos: Cortesía Juan Luis Longoria

La palabra apache quiere decir enemigo. Como muchas otras etnias en lo que hoy conocemos como México, los españoles mostraron predilección por nombres que denostaran a los pueblos que se resistieron. 

En realidad este pueblo, esta nación, tiene otro nombre, o mejor dicho, tres, cada una de sus tres variantes dialectales: N’dee, N’nee, y Ndé. Así lo explica Juan Luis Longoria, un joven N’dee/N’nee/Ndé que nació y creció en Ciudad Juárez. Aunque, en México, oficialmente no existen los apaches. 

Longoria, quien también es historiador y académico ha sido uno de los principales impulsores por que se reconozca a su pueblo en territorio mexicano. 

Una historia de exterminio

Imagine que vive a finales del siglo XVII, y  es usted un miembro de lo que los españoles y criollos llaman apaches. Todavía no existe México, sino la Nueva España. Y los hombres que buscan oro cada vez se asientan más al norte. Son las tierras superlativas de lo que hoy es Nuevo México, Arizona, Coahuila, Chihuahua, Sonora. Y ahí hay un pueblo, o mejor dicho, muchos pueblos que forman una nación plural. Es una cultura ágil y seminómada, que habita las tierras del norte en verano, y las del sur en invierno. Cada familia o gondá tiene un territorio que es como el cordón umbilical que lo ata a la tierra. Su montaña sagrada, su meseta ancestral. Pero su hogar abarca miles de kilómetros. Verano en las montañas de lo que hoy conocemos como Nuevo México. Invierno en las montañas azules de lo que llamamos Sonora. 

Imagine que es uno de estos hombres y mujeres y niños, que  viven de la recolección y la caza, y un poco de agricultura, muy moderada, y cuidada, porque creen sobre todo en no intervenir en los ritmos de la tierra. De ahí el andar y regresar: tomar el fruto, cazar el venado, y luego dejar que esa tierra florezca de nuevo. 

Pero imagine que esa forma de vida no es compatible con los grandes asentamientos de gente. Con el ganado que devora hectáreas de pastizal, ni con la búsqueda del oro, es metal que sólo pertenece a Ussen, dador de vida. No lo es porque la sobrevivencia de la tribu depende del equilibrio: de que los venados no desaparezcan, de que los árboles florezcan el próximo año. Y ese equilibrio se ha interrumpido. 

Imagine entonces que las rencillas entre grupos y etnias es agudizada e instigada. Y de pronto ya no es usted bienvenido en las tierras por las que solía pasar. Su nombre ahora es el de bárbaro, delincuente… hasta que para sobrevivir tiene que convertirse en uno: robar un ganado, robar caballos, defender sus cerros. 

Imagine que es tal el odio que para 1835 el nuevo Estado, la República Mexicana, lo detesta. Tanto que el soberano estado de Sonora decide expedir recompensas por su vida: 100 pesos mexicanos por cada cabellera de guerrero apache asesinado. Dos años después, Chihuahua no se queda atrás y ofrece los 100 pesos por cada hombre guerrero, 50 por cada mujer y 25 por cada niño. Niños, mujeres y hombres asesinados y desollados. 

Imagine que los primeros estadunidenses que empiezan a poblar esa tierra se enteran de las recompensas, y se suman a la cacería. Pero son más hábiles, más taimados: observan el odio entre mexicanos y apaches. Y lo explotan. 

Luego viene la guerra por el territorio entre ambos países: Estados Unidos y México. Y entre los acuerdos que finalmente firman está que Estados Unidos se comprometerá a no permitir que usted, apache, nunca más “baje” a territorio mexicano. Pero, un momento, ¿México perdió su territorio? ¿Cuándo lo fue en primer lugar? ¿No era esta la montaña azul de los mangas coloradas? ¿No era aquella la tierra sagrada de los mezcaleros? 

¿Por qué hay una  frontera que parte por la mitad el hogar móvil de los pueblos  n’ne, n’de, né?

Imagine que aún así, Chihuahua nunca derogó o abrogó la ley que ofrece recompensa por cabelleras y cueros cabelludos. Esa ley que pretende e de apache; pero la leyenda que prevalece es que es su pueblo el que corta cueros cabelludos. 

Hasta la fecha no está claro si esa ley, porque se elevó a rango de ley, ya está derogada, explica Longoria.

–¿Por qué tanto odio?

–Es que no podían con nosotros.

Luego el exterminio estadunidense, la rebeldía de Naná, de nanche, el legendario Gerónimo, Victorio, Lozen, la guerrera mujer medicina. La rendición sin salida en 1886, acaecida en Sonora, por cierto, no en Arizona. Porque los apaches  nunca dejaron de “bajar”. Y el despojo, la cárcel en Florida. Y mucha muerte.

No queremos desaparecer

Comunidad N’dee/N’nee/Ndé en Chihuahua.

Esta reportera envía un mensaje de texto a una servidora pública del área de comunicación social del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas: Estoy buscando información sobre los apaches. 

–Ellos habitan en Estados Unidos–, es la respuesta. 

–Entiendo que hay un grupo que se encuentra aquí. Pueden ser enlistados como chiricahuas, como N’dee, N’nee, y Ndé… 

Tres días después, no hay respuesta. 

Durante todo el siglo XX, “claro que había de los nuestros en Sonora, Chihuahua, Durango, hasta el norte de Zacatecas. Pero se mexicanizaron”, explica Longoria. El último hablante fluido de la lengua en México murió el año pasado en Coahuila. Longoria ha debido aprenderla, estudiarla, con sus hermanos de Arizona, de Nuevo México. Pero los jóvenes están aprendiendo, buscando lazos con sus pares en Estados Unidos. Y es así como han ido reconstruyendo la historia que quedó borrada después de Gerónimo.

Camuflados

Bandera de la comunidad Comunidad N’dee/N’nee/Ndé, durante el Festival del Mole, Yaa tú enne/Tsé tahu’ ayá (Ciudad Juárez)

La antropología mexicana ha mirado poco a los grupos conocidos como apaches. En 2016, el antropólogo José Medina González Dávila, public:  ¿Qué significa ser apache en el siglo XXI? Continuidad y cambio de los lipanes en Texas. Ahí narra cómo los apaches lipanes (localizados originalmente en Texas, Nuevo México, y el norte de México) debieron “camuflarse” para sobrevivir. Es decir, que la gente no supiera que eran apaches. 

En una conversación vía correo electrónico respecto a otro tema (el lobo gris mexicano) en junio de 2019, Medina González explicó:

“Los procesos de exterminio comienzan con la discriminación (separación), después con la mala concepción, con la argumentación tendenciosa y finalmente con la caracterización. A los Apache al igual que al lobo se les consideró como «depredadores», sin entender que tienen un papel y función intrínseca en el entorno. Ambos pertenecen a esta tierra mexicana, pero en vez de entender y salvaguardarlos se prefirió exterminar. Siempre es más fácil matar y aniquilar que comprender y respetar, por trágico y absurdo que parezca el planteamiento.

Longoria narra algo similar, pero desde la palabra ndé, desde el yo, desde adentro. No desde afuera: ¿Quién iba a decir que hablaba ndé si había una recompensa por cada apache asesinado?, cuestiona.  Fue así que la lengua se perdió mucho. No así la identidad. 

Por ejemplo, en 1936, las reservaciones indígenas en Estados Unidos fueron convertidas en “naciones” por ley. Esto no fue precisamente por un reconocimiento a los derechos de los pueblos originarios, sino porque acababa de pasar la gran depresión de 1929 y convertirlos en naciones resultaba más barato para el gobierno estadunidense, explica Longoria.

Entonces, unos años después miembros de la nación mescalera en Estados Unidos fueron a Ciudad Juárez a buscar a los Ndé de este lado. “¿Por qué? Pues porque saben que acá habemos otros Ndé. “Encontraron a gente pero ésta no se quiso ir para allá, porque en ese momento, en las reservaciones se vivía peor que acá”. 

Y siguió pasando el tiempo. En los años noventa del siglo pasado, de nuevo fueron a buscar descendientes. Longoria se ríe: para entonces, con sus casinos, la gente en las reservaciones ya vivía mejor que los ndé de México. Pero acá ya había nietos, bisnietos y raíces. Tampoco se quisieron ir para allá. Sin embargo, la semillita de la identidad seguía latente. 

Una reunión que borra fronteras

Comunidad N’dee/N’nee/Ndé en Juárez, at Samalayuca, Juárez, Chihuahua.

Para 2017 y “después de esfuerzos individuales , decidimos reunirnos de forma binacional, pero de este lado, en Coahuila, Arteaga. Y en el 2019, nosotros nos reorganizamos, como la nación Nde nne y Ndé en México. 

Además de reconocerse, recuperarse, reestablecer el tejido familias y el linaje rasgado, exigen que el Estado mexicano reconozca que existe el pueblo N’dee, N’nee, y Ndé.

* La historia del siglo XVIII y XIX fue reconstruida a partir de “En los días de Victorio” (Eve Ball), y “Geronimo, The Man, His Time, His Place” by Angie Debo, University of Oklahoma Press. 

 

 
 
 
 

Lydiette Carrión Soy periodista. Si no lo fuera,me gustaría recorrer bosques reales e imaginarios. Me interesan las historias que cambian a quien las vive y a quien las lee. Autora de “La fosa de agua” (debate 2018).