Pacto sellado con sangre

Trago saliva cuando los gobiernos, en vez de luchar contra los grupos criminales fuertes y poderosos, ven mafias en una masa de gente que corre con la consigna de sálvese quien pueda. Hoy solo me queda pediros que sigamos trabajando por políticas de verdad, justicia, reparación y no repetición en la frontera

Imagen en el que agentes marroquíes devuelven a Marruecos desde la zona de entre vallas a migrantes.
26 de junio de 2022 22:13h
Actualizado el 27/06/2022 09:05h

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La masacre de Melilla ha llevado la frontera a los medios, a las redes, a los debates políticos. Pasa de vez en cuando, que se hace más visible la violencia y las víctimas aparecen, como si fuese de repente o como si no pasara cada día que la frontera mata, violenta y destroza la vida. Me pregunto: ¿Para qué servirán estas imágenes que han circulado durante estos dos días? ¿Quién las grabó ahí, dentro, en el fragor de esa batalla? ¿Quién ha filtrado tantos vídeos y por qué? ¿Por qué querían que las viésemos?

¿Servirán esas imágenes para iniciar una investigación sobre los hechos y hacer justicia?

 

¿Se usarán para identificar a las víctimas, informar a las familias y enterrarlas con dignidad?

¿Y si solo sirven para hablar de mafias y sellar un pacto terrorífico de control migratorio? 

Cuando éramos chicas nos hacíamos hermanas de sangre pinchándonos con una aguja, nos parecía así que la amistad duraría para siempre. Pero claro, los gobiernos y sus intereses son otra cosa, y en los últimos tiempos los pactos fronterizos se rubrican con la sangre de los “otras, otros, otres”. Y en estos pensamientos me retuerzo cuando suena el teléfono. El prefijo es de Camerún, descuelgo y al otro lado me saluda una voz que reconozco inmediatamente. Es Bikai, el papá de Luc, una de las víctimas de Tarajal. “¿Cómo estás Helena?, ¿todo bien?, ¿la familia? Lo vi ayer en las noticias”. Se queda un momento en silencio. Sé que se refiere a la tragedia de Melilla. “He visto las imágenes, otra vez una desgracia… y de lo nuestro nada al final, no hay forma de encontrar justificación”. Se me hiela la sangre y aguanto para no llorar, Bikai siempre me ha producido una especial ternura.

Lo que ha visto en la frontera de Melilla le ha dolido en lo más profundo de su alma porque de alguna manera ha revivido la muerte de su hijo. “¿Ya se sabe quiénes son? ¿Las familias lo saben?”, pregunta. Conoce muy bien lo importante que es identificar un cadáver, lo urgente de informar a las familias y lo necesario que es enterrar a las víctimas con dignidad. Terminamos la conversación, me dice que el domingo rezará por las almas de estos jóvenes, como lo hace cada día por la de su hijo. No solo él está inquieto. Las imágenes de la tragedia de Melilla se han difundido por muchos países africanos y están teniendo un impacto terrible entre las comunidades migrantes que viven en Marruecos.

El miedo siempre está presente en la diáspora migratoria, pero en los últimos meses se ha convertido en irrespirable. Desde el nuevo acuerdo entre España y Marruecos, las redadas, detenciones arbitrarias, identificaciones raciales, y otras medidas represivas contra la población migrante se han multiplicado y extendido en la cotidianidad que impide el más mínimo atisbo de vida. 

En Tánger, artistas africanos han sido detenidos y desplazados al sur cuando iban a comprar el pan, y a pesar de tener una tarjeta de residencia. En Laayoune, las mujeres denuncian haber sido desnudadas en las calles tras ser detenidas en sus casas para escarnio público, antes de ser deportadas en autobuses al desierto. En Agadir han sacado a las familias en medio del sueño de sus camas después de que los militares rompiesen las puertas para violar sus domicilios. En Tarfaya han atacado a los supervivientes de una patera, que llegó a costa después de haber perdido a seis personas a bordo, con una jauría de perros azuzada por la gendarmería. En Nador, la última semana ha sido especialmente terrible. El cerco a los asentamientos de los bosques, las maniobras de corte de acceso al agua potable y los suministros, y las redadas violentas donde las fuerzas de seguridad se acompañaban de grupos criminales para completar la faena, pronosticaban lo peor. Los muchachos estaban al límite de sus fuerzas físicas y mentales.

Presionarles hasta reventarles, obligarles a una huida hacia delante. ¿Con qué propósito? ¿Tal vez España pide pruebas de que se está haciendo el trabajo? ¿Puede ser esta una forma de rubricar el acuerdo frente a los movimientos que ha habido con Argelia?

Suena de nuevo el teléfono, que en estos dos días no para. “¿Helena? ¿Cómo estás? Dios mío, qué terrible, ¿has escuchado a Sánchez? Es como en 2005… otra vez”, me dice una compañera. Para las que llevamos tantos años en la frontera esa fecha supone un antes y un después, porque desde entonces los gobiernos no han tenido límites para escalar en violencia contra las personas migrantes.

El presidente ha rememorado aquellos días copiando el discurso de la gratitud del entonces ministro de exteriores, Moratinos. Además, Sánchez ha añadido el argumento de las mafias secundando el discurso del RNI, partido político que gobierna en Marruecos, mostrando así la sintonía política que les une. 

Llevo muchos años investigando sobre trata de seres humanos y trago saliva cuando los gobiernos, en vez de luchar contra los grupos criminales fuertes y poderosos, ven mafias en una masa de gente que corre con la consigna de sálvese quien pueda, pero eso daría para otro artículo. Hoy solo me queda pediros encarecidamente que sigamos trabajando y luchando por políticas de verdad, justicia, reparación y no repetición en la frontera. 

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El Diario.es

Quinquis, lavanderas y ecologistas: identidades subversivas en torno al Manzanares a su paso por Madriz

 

Pese a ser capital, Madrid es también territorio. Y el Manzanares, como elemento vertebrador del espacio físico, imprescindible para entender la historia de la ciudad y de sus movimientos sociales.
 
Lavanderas Manzanares
Baldomer Gili Roig. Las lavanderas del rio Manzanares (Madrid) ,c. 1915
 
Ecologistas en Acción
20 MAY 2022 08:30

El cine quinqui, las profesiones feminizadas de finales del s. XIX y la lucha ecologista madrileña tienen en común el mismo escenario poco explotado por el imaginario chulapo: el río Manzanares. Un ecosistema que se encuentra actualmente en un momento de esplendor tras más de cien años de penurias y decadencias varias,  gracias a la lucha del movimiento ecologista. Pero, ¿quién hacía del río parte de su identidad, antes de que llegaran las ecolos a renaturalizarlo?

Un manto blanco formado por un collage de ropa tendida al sol inundaba la orilla del Manzanares. Las lavanderas eran las encargadas de este trabajo de cuidados casi esclavo, que en muchas ocasiones acababa con la salud y la vida de estas mujeres. A cuatro patas, con las rodillas hincadas  en el lecho del río, eran consideradas, por si fuera poco, indecorosas. La posición que tomaban sus cuerpos a la hora de frotar las prendas con el agua llevó a la creación de lavaderos cerrados, para preservar la moral de aquellos que las miraban trabajar.

Las lavanderas eran mujeres trabajadoras organizadas, las Kellys del XIX, como las denomina Victoria Gallardo Romera, autora de “Fuimos indómitas”. Coetáneas de otros movimientos de mujeres de oficios feminizados. Compañeras de las verduleras, de las cigarreras de la Tabacalera, de las aguadoras… Todas ellas consideradas mujeres indecentes, malhabladas, reticentes a acatar las normas y los abusos de poder. A las pruebas me remito: los cambios en el reglamento del Lavadero de Paseo Imperial en 1892, que las forzaban a pagar más tributos por realizar un trabajo de por sí precarizado, las llevaron a amotinarse. Lucharon por un trabajo digno en torno a un río sucio y contaminado por los desechos de la urbe.

Silenciadas  y desterradas a lavar todo lo inmundo en la periferia que marca el Manzanares. Una línea azul que separa el centro de todo lo demás. Una lavandera dio a luz a un niño llamado  Pablo Iglesias,  que luego fundó el PSOE; otra parió a Arturo Barea, el autor de La forja de un rebelde. Todas y cada una de ellas desaparecieron de manera fulminante cuando su actividad se detuvo en 1926, al canalizarse el río Manzanares e implementarse el agua corriente en las casas particulares.

Poco después de la canalización el río sufrió una Guerra Civil en la que sirvió de barrera física para el Madrid que resistía. Las trincheras a ambos lados del río eran enclaves vitales para la resistencia republicana. No fue suficiente. El fascismo atravesó el río y bombardeó sus puentes. Ya durante el franquismo aparecieron los primeros poblados de absorción de migrantes extremeños, andaluces y gallegos donde nacería el imaginario quinqui. Los poblados de absorción trasladaron a la población migrante rural, previamente asentada en espacios de auto-construcción, a edificios levantados de forma “ordenada, rápida, y barata” por el régimen.

Estos espacios, en principio provisionales, dieron paso a los “poblados dirigidos”, una iniciativa urbanística del Plan Nacional de la vivienda de los años 50. La ribera del Manzanares se llenó de edificios con el yugo y las flechas falangistas en sus fachadas, un sello inconfundible que muchas vecinas de la capital reconocerán en sus propios portales. Los barrios de San Fermín o Zofío, en Usera, colindantes con el río Manzanares, fueron ejemplos de este urbanismo de control y contención social, una estrategia franquista para convertir  a los proletarios en propietarios, ladrillo mediante.

En la orilla sur del, por aquel entonces, no-renaturalizado río Manzanares, se abrieron paso las bandas hijas del éxodo rural, la precariedad y la represión. En “Todo el odio que tenía dentro” de Servando Rocha, se describe a la perfección cómo era la vida en las orillas de los desposeídos.  Muchos jóvenes, a principios de los años sesenta, toman la calle, a través de disturbios y bailes inspirados por el estreno de West Side Story. Los Ojos Negros de Usera, se convierten en la banda más conocida, cuya intrahistoria está atravesada por el Manzanares.

El imaginario quinqui madrileño comienza a fraguarse en este espacio físico que se da alrededor del río (aunque no solo), inundado de poblados y barriadas donde cierta juventud sobrevive gracias a la delincuencia. Carabanchel, Usera o Villaverde son algunos ejemplos de distritos vinculados históricamente con el río  que fueron territorios de expulsión y segregación de las clases bajas, y por lo tanto cuna de lo quinqui.

“Se llamaba el Barrio de las Injurias. Allí aprendí todo lo que sé, lo bueno y lo malo. A rezar a Dios y a maldecirle. A odiar y a querer. A ver la vida cruda y desnuda, tal como es. Y a sentir el ansia infinita de subir y ayudar a subir a todos el escalón de más arriba. Yo sé lo que es ser el hijo de la lavandera; sé lo que es que le recuerden a uno la caridad.”* Lo que había sido las Injurias en el siglo XIX, hogar de lavanderas, estaba controlado en los años 50 por una banda de quinquis llamada Los Piratas, que sobre todo actuaban en la Calle Peñuelas. En esta calle, hoy, se encuentra el Ateneo la Maliciosa, sede de Ecologistas en Acción, Traficantes de sueños y la Fundación de los Comunes -los primeros, responsables de que la canalización del río que dejó sin trabajo a las lavanderas, pasara a la historia-.

La renaturalización del tramo urbano del Manzanares es una de las grandes victorias ecologistas en la ciudad de Madrid. Desde el año 2017 su agua vuelve a fluir libremente, lo que ha supuesto una auténtica explosión de vida y una transformación radical del río y de la ciudad que atraviesa. Me gusta pensar que las ecologistas de Madrid son nietas de aquellos migrantes labradores, mano de obra barata que atestó los dos lados del río. Vecinas de las bandas de los quinquis que bailaban, navaja en mano, las canciones de West Side Story. Y que las lavanderas son algo así como sus bisabuelas políticas. El río Manzanares, marco de una identidad biorregionalista aún por definir, delimita un territorio a defender y cuidar, junto a todos los barrios a los que riega.

*La forja de un rebelde. Arturo Barea

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El Salto Diario

Grande, Extraño y Amenazante

Cuando las fuerzas escasean es más necesario que nunca compartir proyectos, recursos y potencias para desplegar estrategias compartidas con las que dar respuesta a preguntas que van desde la supervivencia material a qué hacemos con la pena que no deja de abrirse paso en nuestros pechos.
 
octavia e. butler
La escritora Octavia e. Butler
 
 
21 JUN 2022 08:00

Vivo al sur del sur de Europa. La calima del pasado mes de marzo dejó el pueblo donde vivo cubierto de una capa rojiza. Sé que esto es irrelevante, que una gran parte del territorio se ha visto afectado por este fenómeno. Simplemente aquí es especialmente llamativo porque la mayoría de casas son blancas. No todas, también hay ladrillo visto, enfoscados de distintos tipos, algo de piedra, algún azulejo…, pero lo más habitual son las fachadas blancas.

La mañana siguiente a la primera gran descarga de aquella lluvia turbia salí a hacer recados y comprobé cómo en las calles los vecinos y vecinas se afanaban por limpiar sus puertas, paredes, ventanas y vehículos con mangueras y compresores. Con una absoluta precisión trazaban una geografía compuesta por fronteras que a fin de cuentas siempre han estado ahí. Delimitadas con líneas claras y precisas de barro y polvo retirados de las propiedades. Cada cual limpia lo suyo. A nadie se le ocurre avanzar unos centímetros en la propiedad ajena, tampoco en el espacio común. Nadie se ofrece a pegar un manguerazo a la bicicleta o el parabrisas del otro. Sentí desconcierto frente a un quehacer huraño y sordo mientras caminaba por una calzada donde desembocaban pequeños ríos de suciedad. Las aceras solo eran despejadas por el agua y las escobas frente a las puertas y cerramientos; las aceras no son la casa de nadie y aquí la gente acostumbra a desplazarse en coche.

Un orden social que queda tan claramente expuesto cuando cae sobre él una capa de polvo deja poco espacio para entender eso de que los problemas de salud mental no son algo individual (que es la pelea en la que ando metido desde hace media vida). Y otro tanto sucede con la necesidad de redistribuir la riqueza, la existencia de bienes comunes, la sanidad pública y universal o la ecología. Cuestiones todas ellas que han acabado sencillamente por quedar demasiado grandes. Pensar también puede provocar picor en la mirada y la garganta. ¿Qué es necesario para desbordar la acumulación de diminutos marcos de referencia que construyen lo real? ¿Cuántas pequeñas y grandes catástrofes hacen falta? ¿De qué tamaño o de qué naturaleza tiene que ser la amenaza?

La parábola del sembrador

Hace pocos días acabé La parábola del sembrador, una novela de Octavia Butler que me ha provocado indigestiones e insomnios. Allí la esperanza solo emerge una vez que capitalismo y democracia se desmoronan. La idea de tener que llegar a esos pasajes apocalípticos para descubrir la potencia de la cooperación despierta la ansiedad. Sí, es una novela de anticipación, pero quizás sea muchas otras cosas a la vez. Y por eso no te deja dormir.

La economía colapsa, las condiciones climáticas cada vez son más extremas, el agua escasea, el Estado apenas existe, la crisis energética se ha consumado y la violencia es la principal forma de relación humana. Morir es muy sencillo

La protagonista, Lauren Olamina, es una adolescente que observa el mundo que cae a su alrededor y deduce que colaborar es la única estrategia de supervivencia exitosa en el contexto en el que vive y con los recursos de los que dispone. Apuesta por ello, pone la vida en ello, reflexiona sobre ello, escribe y lo predica. La economía colapsa, las condiciones climáticas cada vez son más extremas, el agua escasea, el Estado apenas existe, la crisis energética se ha consumado y la violencia es la principal forma de relación humana. Morir es muy sencillo, y la mejor forma de no hacerlo es buscar a otros como ella y apoyarse mutuamente. La trama es tan simple como cruda. Las páginas te empujan hasta un lugar donde solo puedes preguntar qué podemos hacer (hoy) para no tener que volver a descubrir (mañana, cuando todo esté más oscuro) lo que ya sabemos que nos salva. La ciencia ficción puede tener una cualidad radicalmente política.

Tiempos distópicos

Cuando antes de cumplir los veinte años comenzaron a suceder cosas en mi cabeza que me desbordaron por completo (psicosis, fue la palabra que se le puso a aquella inmensidad), no podía dejar de pensar una y otra vez que el mundo me parecía grande, extraño, amenazante. Han pasado dos décadas largas y, desde hace meses, todas las noches vienen a visitarme esas tres mismas palabras: grande, extraño, amenazante. El mundo lo es, el mundo me lo parece.

¿Por qué he vuelto a ese lugar? Hay algunas razones evidentes y compartidas: pandemia, guerra en Ucrania, amenaza climática, desigualdad al alza, precariedad laboral o incremento sostenido del número de suicidios, etc.; la publicidad, siempre con el arma cargada, pone de su parte: cuando entro en mi cuenta de Instagram mientras voy al baño, la editorial Penguin me recomienda Rebelión en la granja y 1984, de Orwell: “Libros para tiempos distópicos”. Pero hay algo más allá, ya que al fin y al cabo el escenario tampoco era excepcionalmente prometedor en los estertores del siglo XX. Aquella experiencia tan abrupta y desmesurada a la que he hecho referencia en el párrafo anterior me causó un enorme sentimiento de soledad, una ruptura de vínculos y un distanciamiento progresivo de la realidad. Salí de allí porque vinieron a buscarme y porque tuve la determinación de dejarme sacar, porque, en definitiva, pude imaginar otros futuros posibles distintos a la ingesta de 20 miligramos de Zyprexa bajo el techo de la casa de mis padres. Y hoy hurgo en ese recuerdo con el objeto de poder pensarme y buscar salidas, para saber si este colapso que nos atraviesa a tantas personas es esencialmente social y material o es ante todo un colapso de la imaginación que inevitablemente nos arrastra a distintas soledades.

“Cuando lo Real irrumpe, todo se siente como si fuera un film: no un film que estás mirando, sino un film en el que estás dentro”, dejó escrito Mark Fisher. Me vale para describir lo que me pasó entonces y me vale para describir lo que sucede ahora. Si no fuera porque invierto considerables dosis de tiempo y esfuerzo en señalar las limitaciones y problemáticas que son inherentes a cualquier clasificación psicopatológica, diría que las palabras de Fisher explican con bastante exactitud eso de la psicosis. Y también creo que dan cuenta de la sensación de hastío, desconfianza y apatía política generalizada que estamos viviendo. Si no he vuelto al mismo lugar, se le parece. Capitalismo, locura y desesperanza: un cerrojo y también, quizás, un mapa.

Buscar al otro

Cuando salí del estupor provocado por los neurolépticos volví a enredarme poco a poco con los libros, y una de las lecturas en las que encontré un profundo consuelo fue Adorno. Le tengo cariño a ese filósofo. La capacidad de resistencia como autoafirmación, su nicht mitmachen: no participar, rehusar la conveniencia para cultivar una reflexión crítica, me atrajo enormemente en su momento. Hoy veo el concepto como un eco remoto, como un fantasma que se desvanece y me dice poco o nada. No me es de utilidad para los días en que vivo, donde he aprendido que ni sé, ni puedo, ni quiero pensar solo. Ya no busco en Adorno, busco en Lauren. Hay que salir adelante en mitad de un tiempo y un lugar donde las problemáticas comunes son remitidas a las esferas individuales de cada cual y se borra constantemente la posibilidad de un futuro significativo para capas cada vez más amplias de la población, donde se impone la sensación de que nada que tenga que ver con las condiciones de existencia va a cambiar. O nos quedamos como estamos, o vamos a peor. Dos opciones ya dadas de antemano, ningún mañana.

Hay que salir adelante en mitad de un tiempo y un lugar donde las problemáticas comunes son remitidas a las esferas individuales de cada cual y se borra constantemente la posibilidad de un futuro significativo para capas cada vez más amplias de la población

¿Cómo superar tanto extrañamiento y enormidad? Parafraseando a Castoriadis, uno no puede querer otra cosa si no puede imaginar otra cosa que lo que es. Si los ojos se han llenado de arena y el paso de los meses no es suficiente para llevarse la que cubre los dedos de las manos, creo que ha llegado el momento de buscar al otro más que nunca. Al menos más de lo que hasta el momento yo lo he buscado (lo que equivale a decir: desde y en los espacios políticos que he habitado y promovido). Cuando las fuerzas escasean es más necesario que nunca compartir proyectos, recursos y potencias para desplegar estrategias compartidas con las que dar respuesta a preguntas que van desde la supervivencia material a qué hacemos con la pena que no deja de abrirse paso en nuestros pechos. Aprender a estar juntos al borde del abismo es, en última instancia, de lo que habla Octavia Butler. Y también, quizá, la cuestión más urgente a la que nos enfrentamos.

 

Moira Millán: “La llegada del ferrocarril impactó en el pueblo mapuche provocando el despojo cultural y territorial”

 

Entrevistamos a la lideresa y weychafe mapuche Moira Millán, impulsora del movimiento de Mujeres Indígenas por el Buen Vivir que acaba de publicar El tren del olvido, novela que relata el periodo histórico de represión que supuso la llegada del ferrocarril a las comunidades mapuches en Argentina.
 
 La dirigente mapuche Moira Millán en su visita a Madrid. DAVID F. SABADELL
 
 
12 OCT 2020 09:35

La primera vez que vi y escuche a Moira Millán me impresionó su contundencia, fuerza y convencimiento, no sólo por su discurso sino por su expresión y figura, ataviada con la vestimenta tradicional mapuche. Su presencia es de dignidad y afirmación de la verdad y justicia por la lucha ancestral del pueblo nación Mapuche.

Pocas son las mujeres de pueblos originarios que trascienden las limitaciones de la mirada colonial que les impide publicar sus creaciones literarias. Moira Millán lo ha logrado y en esta entrevista deja patente lo que significa la recuperación de la memoria del pueblo-nación mapuche que ella ha conseguido ‘llevar’ a occidente. Lo que fue el genocidio y expolio de sus territorios a manos de los ingleses en connivencia con el Gobierno argentino.

Acabas de publicar El tren del olvido, ¿por qué éste título?
El tren y el ferrocarril son un símbolo y un paradigma del progreso tal como lo concibe el sistema-mundo. Como es habitual, después del expolio a los pueblos y el genocidio promovido para expropiar sus territorios, durante el gobierno de Carlos Menem se ha quedado abandonado. Es la metáfora del sistema, el modelo de progreso que destruye y atraviesa los territorios para luego dejarlo desmantelado. Por eso, El tren del olvido pretende ser un viaje contra el olvido. Porque esta matriz civilizatoria se lleva la memoria de los pueblos. Esta novela quiere rescatarla.

¿Cuáles han sido las vivencias que te han impulsado a escribir el libro?
Durante un viaje a Irlanda del Norte, en concreto a Belfast, en 2008, conocí a un ferroviario irlandés al que hablé de lo que hicieron los ingleses en la Patagonia Argentina para instaurar el ferrocarril; su política de apropiación de tierras, aunque Argentina no era su colonia, esa historia sigue siendo desconocida en estos nortes. Este hombre me contó que hasta Irlanda habían llegado muchos argentinos pero que ninguno había desvelado esta historia, Él me convenció para que la diera a conocer. Más tarde, en 2015 me diagnosticaron un cáncer de estómago, estaba en riesgo de muerte por esta enfermedad sin haber realizado mi propósito de ser escritora y contar esta historia al mundo

Entonces, me decidí a escribir sobre el impacto del ferrocarril en nuestro pueblo y nuestro territorio, y el vínculo entre el Estado argentino y la corona británica para permitir que los británicos esclavizaran a nuestro pueblo. Empecé a redactar y a ahondar en documentos históricos, coincidiendo con la desaparición del activista Santiago Maldonado (que apoyó las luchas de los mapuches y desaparecido en agosto de 2017) y pensé que lo que escribía estaba a la orden del día de lo que sigue sucediendo.

La Patagonia es un territorio con muchas riquezas donde hay muchos intereses económicos, sobre todo extractivistas y para llevar a cabo estas explotaciones se utilizaron a los militares

¿Cuáles son las fuentes que has consultado para confeccionar esta novela?
Mi familia está vinculada al ferrocarril Mi abuelo, mi padre y mis tíos fueron ferroviarios y conocen la historia del ferrocarril en Argentina; muchas de las historias que relato son reales, me llegaron a través de parientes y por conocidos. Mi novela es ficción pero tiene una relación directa con mi familia, de hecho el personaje de Fresia tiene el perfil de mi abuela materna.

La situación e historia de las mujeres indígenas se ve reflejada en la novela.
Sí. En un sistema patriarcal sólo quedan recogidas las voces de los hombres; incluso los hombres indígenas como lonkos [la autoridad correspondiente a cada uno de grupos de familias] y caciques no tienen ni idea del rol de las mujeres y de sus resistencias. Los hombres mapuches tampoco hablan de la realidad de las mujeres mapuches; por eso mis personajes son mujeres indígenas.

¿Qué mujeres indígenas son escritoras?
La industria editorial no valora el trabajo literario de mujeres y hombres indígenas. Además, el nivel de marginalidad y opresión existente no les considera ‘capaces’ de escribir literatura. El discurso de vencidos, invadidos y vencedores sólo tiene en cuenta la narrativa de los invasores. También en la zona de Wall Mapu, o sea en Chile, hay mayor resonancia y difusión de la literatura hecha por indígenas, como es el caso de Graciela Huinao, por ejemplo.

Menem, que en vez de restituir estos territorios a sus propietarios originales, permitió la venta de nuestras tierras a los ingleses y a Luciano Benetton

¿Crees que va a tener efectos la publicación del libro?
Entre otros, creo que servirá para esclarecer el origen de las múltiples opresiones que se han producido, porque se persiguieron a las mujeres-medicina, porque esta persecución llevó a que perdiéramos las machis [encargada/o de la curación espiritual y uso de hierbas] y que actualmente sigan siendo perseguidas.

La Patagonia es un territorio con muchas riquezas donde hay muchos intereses económicos, sobre todo extractivistas y para llevar a cabo estas explotaciones se utilizaron a los militares, que no entendían ni conocían las poblaciones mapuches de estos territorios. Con la novela, y todas las historias que narra, se entiende el contexto actual de la lucha mapuche.

El comodato entre Estado argentino con algunos lonkos mapuche para ceder territorios mapuche por cien años a la corona inglesa con el fin de instalar el ferrocarril, territorios que tenían que devolver a las comunidades mapuche, fue burlado por el presidente Carlos Menem. Menem, que en vez de restituir estos territorios a sus propietarios originales, permitió la venta de nuestras tierras a los ingleses y a Luciano Benetton [el propietario de la multinacional de ropa]. Estas propiedades son un derecho legal y ancestral del pueblo Mapuche que sigue reclamando sus territorios. Se violaron los acuerdos.

El tipo de vida y la visión del mundo que traían los europeos era la verdadera amenaza, con su lucha ontológica, epistémica contra pueblos originarios, no solo había racismo

Hay sucesos que resaltas más por su gravedad en la novela.
Descubrir la Campaña del Desierto y su finalidad, que era la ruptura de las familias indígenas, su esclavización y el despojo de sus territorios.

También destaco la argentinización de la población mapuche a través de la escuela. El conflicto surgido entre las comunidades en relación a que sus hijos e hijas fueran, o no, a la escuela para manejar el castellano, y así tener más elementos para defenderse de los abusos winkas [los invasores]. La escuela ha sido símbolo de la colonialidad y la argentinización de los pueblos indígenas

Otro aspecto es la llegada del ferrocarril a la Patagonia. Su impacto sobre pueblos originarios y sobre sus territorios ha sido desbastador.

Abordo también las analogías entre los pueblos oprimidos. El personaje irlandés de la novela, Liam O’Sullivan, viene de un territorio donde los ingleses ejercieron también la tiranía, el despojo, la esclavización y los condenaron al hambre… No sólo hay racismo con los no blancos, se da con los pueblos blancos, como el caso de los irlandeses. Y, por supuesto, trato la tiranía ejercida sobre el pueblo mapuche, el sistema con su matriz civilizatoria depredadora se ha instalado en el mundo. Las prácticas de opresión de los ingleses sobre gente blanca, como galeses, irlandeses y, también, sobre los pueblos originarios en otra parte del mundo.

En el caso de Argentina, además, el Estado quería promover una población rubia y blanca y favorecía la inmigración europea y aria frente a la de otros pueblos migrantes. El tipo de vida y la visión del mundo que traían los europeos era la verdadera amenaza, con su lucha ontológica, epistémica contra pueblos originarios, no solo había racismo. El concepto de racismo va más allá del que tienen los blancos que solo consideran el color de la piel; nuestra visión también contempla racismo hacia el pensamiento que es de origen ontológico y que es el modo, o manera, de entender el mundo del pueblo mapuche.

¿Cuál esa concepción del mundo?
Esta forma nuestra relativa al ser, muestra qué es la libertad. El personaje de Liam O’Sullivan, por su cultura y religión, tiene temor al sexo, a la libertad, a sus sentimientos y deseos; el miedo es parte de su disciplina. Pirenrayen, la mujer mapuche, en cambio, es muy libre con su sexualidad, con su cuerpo y con su espíritu. Esto causa un choque cultural. Las dificultades para actuar de Liam son de índole cultural. Hay por lo tanto un antagonismo de personajes, pero que permite que surja el amor. Se trasluce también en los personajes la contraposición entre el binarismo de la cultura dominante europea con las cosmovisiones indígenas, aunque el tratamiento de los personajes no es maniqueo, de buenos y malos, todos tienen rabias y odios, tienen sus luces y sombras y tratan de ser mejores personas a pesar de las circunstancias.

¿Hay relación entre tu novela y sobre lo que estáis trabajando las mujeres indígenas por el buen vivir?
Sí, porque se está recuperando la memoria de la tierra. La novela se hace desde la óptica de las mujeres indígenas, porque a través de la historia y la literatura, se ha mirado al mundo desde los ojos del conquistador y desde allí el físico, la inteligencia (‘no tenemos capacidades’), el desprecio a nuestros saberes ancestrales. Es imprescindible en nuestro tejido social la visión y posición de mujeres indígenas.

Los winkas temían al poder que habita en el cuerpo de las mujeres, tenían que despreciarlas, oprimirlas, no eran consideradas seres humanos.

Aquí en la novela ellas recuperan su dignidad, su mirada amorosa sobre sus cuerpos e identidad. Ellas han preservado el legado de mujeres que han sido sus predecesoras y que le ha costado guardar, secretos milenarios. En la práctica están continuando la lucha por sus derechos y trayendo saberes a nuestras vidas.

Fuente 

El salto diario 

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